lunes, 8 de abril de 2013

JAVIER DIEZ CANSECO EN EL LIMBO


Javier Diez Canseco

Tomado del semanario Hildebrandt en sus trece.- Columna Divina comedia, por Pedro Salinas.- Estas líneas pretenden sumarse a aquellas otras que no dejan de expresarle afecto y reconocimiento a Javier Diez Canseco. Aunque nunca formamos parte del mismo rebaño, que es una manera de decir que no pensábamos igual y que no teníamos ideológicamente nada que ver, debo confesar que mi aprecio y respeto por él creció de forma gradual.
No obstante, al principio lo que existió fue el prejuicio. El mío hacia él, claro. No sé si ya lo saben, pero el arriba firmante fue facho de adolescente. Y a los veinte y pocos, me volví demócrata, pero un demócrata de derechas, déjenme aclarar. Y si me apuran, pienso que entonces ya era un joven y esmerado representante de la DBA. Antes de que Juan Carlos Tafur acuñara el término, me refiero.
Como sea. Será obsceno proclamarlo, pero en esa condición fue que conocí a Javier Diez Canseco. Eran los finales de los ochentas, creo, y me tocó entrevistarlo en un programita de la tele, de esos de corte político y le hacen guiños a la actualidad. Y qué creen. A la voz de “al aire”, pues le salté a la yugular como si fuese su feroz enemigo de toda la vida. Como un perro de chacra, vamos. Casi, casi como un Mulder. No sé si me dejo entender.
Y le dije, ya adivinarán, rojo, marxista, izquierdista, comunista, feo. Recuerdo que reaccionó con recelo. Pero no se picó, como yo esperaba. Simplemente se me quedó mirando con pinta de espadachín de novela de Pérez Reverte. Llevaba su barba tupida y negra, una casaca marrón de sindicalista ficho y unos zapatos que parecían botines. Bueno. Posiblemente ese día no calzaba botines, pero es el recuerdo que tengo de aquel momento, qué le vamos a hacer. Y ya no me acuerdo qué me respondió, pero lo que dijo sonó articulado, contundente, de una arquitectura verbal y una retórica política de cuidado.
No sé si mis colegas de la DBA ochentera pensarán igual, pero Javier Diez Canseco era el Darth Vader entre la rojería vernácula. Era solemne, hierático, no sonreía, hablaba con aplomo y energía, y podía ser muy agudo y convincente. Para ser Vader solo le faltaba ser más alto y tener la voz cavernosa. O quizás yerro en la metáfora, y más bien Vader era Ricardo Letts, mientras que Javier era, probablemente, Darth Maul, quien, para más señas, era de color escarlata. En fin.
Lo cierto es que, luego de aquella vez en la tele, lo entrevisté una infinidad de veces. En la radio y nuevamente en la televisión. Su nombre no era bien recibido por algunos broadcasters, recuerdo. Creían que darle tribuna era darle cabida al comunismo. O algo así. Y él no desperdiciaba los espacios, la verdad. Y se exhibía siempre beligerante, inmisericorde e incisivo como un gladiador cuando tenía que defender sus verdades. Cuando se le podía apreciar en la tele, digo, porque cuando más tarde le cayó el zarpazo a la democracia, en los canales del fujimorismo, que eran todos, su nombre fue vetado. Marcado. Y ocupó un lugar privilegiado en una lista negra no escrita. La de los odiados del régimen. Fue así.
Como decía al inicio, nunca fui amigo de Javier Diez Canseco. Pero comencé a estimarlo y a tasar su valía en los tiempos de Fujimori, que fueron, se acordarán los que tienen memoria, los tiempos de la corrupción, de la destrucción de las instituciones, del autoritarismo chabacano, de los atropellos a los derechos humanos. Tiempos en los que Javier Diez Canseco descolló por su talante guerrero, mientras que otros preferieron mirar al techo o alinearse con la servidumbre de toda la vida.
Y lo llegué a valorar tanto, decía, que en las elecciones del 8 de abril del 2001, voté por él. Y lo hice público en una columna en Correo, porque tengo la mala costumbre de decir a quién le voy. Y a quién no, que también. Y escribí que, a pesar de las diferencias, a Javier le reconocía “una integridad demostrada, una coherencia a prueba de balas y una capacidad indesmayable para fiscalizar”. Y porque independientemente de las ofertas programáticas, en el Perú debíamos aprender a votar “por personas decentes y limpias”. Como Javier Diez Canseco, un paradigma del político consecuente. Pues eso. Un fuerte abrazo, querido Javier.

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