Exhortación
Pastoral del Arzobispo Metropolitano
a toda la Iglesia Arquidiocesana de Piura y Tumbes
con ocasión de la Solemnidad de la Natividad del Señor Jesús
a toda la Iglesia Arquidiocesana de Piura y Tumbes
con ocasión de la Solemnidad de la Natividad del Señor Jesús
“La
Buena Nueva: Dios ha enviado a su Hijo”
Muy queridos y amados hermanos en el Señor Jesús:
Ante la cercanía de la tierna y significativa fiesta
de la Navidad, me dirijo a todos ustedes para anunciarles la Buena Nueva que el
Padre nos ha enviado a su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, y así Dios ha
visitado a su Pueblo (ver Lc 1, 68), ha cumplido las promesas hechas a Abraham
y su descendencia (ver Lc 1, 55), y lo ha hecho más allá de toda expectativa:
Él mismo se ha encarnado haciéndose hijo
de María, y por eso la Navidad es para nosotros la alegre noticia de que “al llegar la plenitud de los tiempos, envió
Dios a su Hijo, nacido de Mujer, nacido bajo la ley para rescatar a los que se
hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos el ser hijos de Dios” (Gal 4,
4-5).
Para nosotros los cristianos ¡Cristo es Dios! ¡Este es el núcleo central del misterio de la fe que confesamos con asombro en la Navidad!
Por eso a la hora de profesarla con el rezo del Credo en la Misa de Navidad,
nos pondremos de rodillas para adorar el misterio de la encarnación con las sublimes
palabras: “Y por obra del Espíritu Santo
se encarnó de María, la Virgen y se hizo hombre”.
En estos tiempos de relativismo imperante, de
materialismo y hedonismo asfixiantes, de egoísmo y consumismo dominantes, y de
olvido y huida frente a Dios, qué bien nos viene recordar esta verdad, lógica
consecuencia de nuestra propia fe: creer
que Jesús es Dios. Y si Jesús es Dios hecho hombre, entonces Él y sólo Él
es quien da sentido a la vida. En Él y sólo en Él se encuentra la verdad de la
propia existencia y el sentido de este mundo, y por tanto la libertad verdadera,
la felicidad y la salvación.
Sí. Jesús es el único que puede saciar esa nostalgia
de infinito que anida en lo hondo de nuestro ser y que nada ni nadie de este
mundo es capaz de calmar, por más que nos empeñemos por llenar el vacío
interior con los sucedáneos del dinero, del poder, de la imagen y del placer
impuro.
Queridos hermanos: que el fenómeno comercial de las
fiestas navideñas no oscurezca el verdadero sentido del misterio del nacimiento
del Señor Jesús de Santa María, la Virgen. La Navidad es la buena nueva que la
Palabra se hizo carne, que Dios mismo se hizo hombre, que la Segunda Persona de
la Santísima Trinidad se ha unido tan estrechamente a nosotros, asumiendo
nuestra naturaleza humana en todo igual a la nuestra menos en el pecado, que el
hombre ya no está sólo. La Navidad es la buena noticia que Dios
asumió la condición humana para sanarla de todo lo que la separaba de Él por
culpa de nuestro pecado, para así permitirnos llamarle, en su Hijo unigénito,
con el nombre de «Abbá, Padre», y ser así verdaderamente hijos suyos.
Con la encarnación del Hijo de Dios, ha tenido lugar
una nueva creación donde se da una respuesta plena a la pregunta ¿Quién es el
ser humano? “En aquel niño, el Hijo de
Dios que contemplamos en Navidad, podemos reconocer el rostro auténtico, no
sólo de Dios, sino el auténtico rostro del ser humano. Sólo abriéndonos a la
acción de su gracia y buscando seguirle cada día, realizamos el proyecto de
Dios sobre nosotros, sobre cada uno de nosotros”.[1]
En Jesús de Nazaret, que yace en brazos de su divina Madre Santa María,
acompañada de su casto esposo San José, resplandece la verdad y el amor que lo
ilumina todo y que da calor de vida a todo. La sorpresa de Navidad es que Dios
se manifiesta en un niño pequeño e indefenso, pobre y frágil y de esta manera
está al alcance de todos los que con humildad lo acogen como camino
transformador de vida.
En
estos días santos acerquémonos a los nacimientos de nuestros hogares e
iglesias, de nuestras plazas y calles, y que al contemplarlos con fe, en el
silencio de nuestra oración, brote en cada uno de nosotros la certeza y la
alegría de saber que Dios nos ama y que por mí ha venido a la tierra, y que por
tanto toda vida humana, en cualquier estado o condición, desde la concepción
hasta su fin natural, tiene un valor infinito y una dignidad inviolable.
Hermanos:
en Navidad tomemos conciencia que Dios no
ha donado algo, sino que se ha donado a sí mismo en su Hijo Jesús. De ahí la exigencia que nuestras relaciones humanas,
estén guiadas y marcadas por la gratuidad
del amor.
El
amor cristiano no puede circunscribirse a los límites de la propia familia,
vecindario, o amistades; tiene que proyectarse a los demás, incluso a las
“periferias de la existencia”, como nos pide el Papa Francisco. No nos
olvidemos que Dios eligió “la periferia” de la ciudad de Belén para nacer y que
escogió en primer lugar a gente pobre y marginada, como los pastores, para
manifestarse al mundo. Por ello en Navidad, en nuestra oración y caridad
afectiva y efectiva, pensemos y socorramos a los más necesitados y
marginados.
Qué hermoso sería si cada uno de nosotros,
como fruto de su encuentro personal con el Dios encarnado, pensara en Navidad
en algún hermano necesitado, mejor si no lo conocemos, para hacerle un regalo.
O mejor aún, para hacerse uno mismo regalo personal en su vida. Es más fácil
dar algo, pero mucho más difícil es darse uno mismo: el propio tiempo, nuestra
presencia y compañía, nuestro amor. Seamos sinceros, en el fondo esto no sólo
lo necesitan los más pobres, sino sobre todo nosotros mismos. Que ante tanto
sufrimiento y dolor, abandono y soledad, resplandezca también en Navidad la
gratuidad de nuestro amor para con el prójimo, así como en la Noche Buena
resplandece sobre nosotros la Estrella de Belén que nos anuncia que Dios nos
ama incondicional y gratuitamente en su Hijo Jesucristo.
Asimismo
que en Navidad nuestro amor se haga oración y amor universal por el dolor de
tantos hermanos que hoy sufren en el mundo y no sólo en Piura, Tumbes y en el
Perú.
Pienso
por ejemplo en los miles de damnificados de las Filipinas que han perdido a sus
seres queridos y todos sus bienes; en los más de once mil niños muertos por
culpa de la guerra en Siria; en los millones de refugiados y desplazados en el
mundo entero; en los cristianos perseguidos por causa de su fe en todo el mundo,
pero especialmente en la Tierra Santa donde nació el Reconciliador de la
humanidad; en los países en guerra o azotados por la violencia y el terrorismo;
en los hermanos que carecen de libertad religiosa para practicar libremente su
fe; en los millones de niños abortados durante el año, genocidio vergonzoso y
condenable de nuestro tiempos; por citar algunas dolorosas situaciones de hoy
en día.
Que
el amor y la verdad, la justicia y la paz que se han encontrado y se han encarnado en el Divino Niño de Belén,
nacido de Santa María, y que han entrado en la historia, sean germen de vida
nueva para toda la humanidad.
Que
María Santísima, la Virgen Madre de Dios y Madre nuestra, nos ayude con su
acción maternal en nuestras vidas a dar testimonio de la belleza de seguir a
Jesús allí donde Él nos llame: sea en la familia, en la profesión, en la vida
pública, en la vida consagrada o sacerdotal.
A
todos los exhorto en Navidad a anunciar “la
inescrutable riqueza de Cristo” (Ef 3, 8). La obra de caridad más
importante de todas, sin descuidar las demás, es compartir la propia fe, porque
ella nos da la vida eterna.
Que
en Navidad y a lo largo de todo el Año Nuevo, sintamos la urgencia de anunciar
a Jesús como el único Salvador del mundo, ayer, hoy, y siempre. Lo hago
valiéndome de las palabras del discípulo amado, el apóstol San Juan:
«Lo
que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con
nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la
Palabra de vida, —pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos
testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre y se nos
manifestó— lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también
vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el
Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea
completo» (1 Jn 1, 1-4).
A
todos les deseo una muy Santa y Feliz Navidad y un Año Nuevo lleno de las
bendiciones del Señor.
Los
bendice y pide sus oraciones,
X JOSÉ ANTONIO EGUREN ANSELMI, S.C.V.
Arzobispo Metropolitano de Piura
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