miércoles, 21 de agosto de 2013

CAMPESINOS O NARCOSINOS


Gustavo Gorriti, director de IDL-Reporteros (Foto: Christian Osés)
Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2295 de la revista ‘Caretas’.

¿Campesinos o narcosinos?

En una carta que probablemente aparezca en la sección Nos Escriben de esta revista, el señor Hugo Bocanegra discrepa de la nota “macartismo cocalero” que publiqué en el número 2292 de Caretas.
“Llama la atención” dice Bocanegra, “ que […] Gustavo Gorriti haga una defensa a la cocalera Nancy Obregón por la forma en que la capturaron.  ¿Quería, que le pidieran permiso para entrar a su casa y así darle tiempo para que oculte pruebas? […]. Además,  ¿no son los cocaleros brazos del narcotráfico?”
Veamos primero el asunto de la detención. Una regla del trabajo policial que se hizo evidente luego de la creación del GEIN, es que existe una relación directa entre la eficiencia de la investigación policial y la ausencia de violencia en la captura.
Luego de años de estéril acción de los pateapuertas y especialistas en pitas y submarinos, la acción del GEIN fue diestra, eficaz y, por eso, poco violenta.
Años después, los grupos de operaciones especiales de la Dirandro, llevaron a cabo detenciones no violentas a acusados por narcotráfico, algunos con fama de ser capaces en eliminar pruebas y testigos. Los arrestos de Fernando Zevallos y de sus cómplices más letales, por ejemplo, fueron así.
Lo cierto es que cuando un trabajo policial está bien hecho es innecesario romper puertas en la madrugada para capturar gente. A menos que se sepa que se trata de gente armada, agresiva y a punto de entrar en acción.
En cuanto a Nancy Obregón, la conozco poco. La entrevisté en 2005, en La República, donde yo trabajaba entonces. Obregón declaró algunas cosas (la alta cantidad de coca que iba al narcotráfico, si recuerdo bien), que luego negó haber dicho cuando las publiqué.
Pude probar que sí había dicho lo que dijo, y me quedó claro que Obregón era una persona treja, combativa y buena organizadora, pero no confiable.
¿Ese perfil la hace sospechosa en la circunstancia actual? Probablemente sí. ¿Y culpable? No, hasta que no se hayan probado con claridad los cargos que se le imputan en el ámbito judicial, en un proceso con evidencias válidas y garantía de defensa.
Puede que al final algunos de los cargos que se le han hecho se prueben. Pero también creo que, si el juicio queda a cargo de jueces capaces, imparciales y que no se dejan presionar, habrá pruebas presentadas que no resistan un análisis crítico.
Una de las cosas realmente sorprendentes en este caso es su cobertura. Un coro periodístico monocorde que reproduce los huachitos informativos que les hacen llegar sin verificación ni contraste. En un artículo, entre los muchos similares estos días, Diana Seminario Marón, de El Comercio, escribió lo siguiente: “Si bien las pruebas contra Obregón y su responsabilidad en el tráfico de drogas y colaboración con el terrorismo son irrefutables –por eso está en prisión– eso no llega a ser del todo una sorpresa”. ¿Las pruebas son “irrefutables” porque está en prisión? ¿Para qué se necesita un proceso judicial entonces?
¿Confío en la inocencia de Nancy Obregón en cuanto a su relación con el narcotráfico? No. Creo que debe investigarse a fondo a Obregón,  pero que también debe auditarse la investigación policial.
No solo eso. Creo que las investigaciones policiales a los dirigentes del movimiento cocalero deben pasar por una auditoría que verifique si se manejaron bien o no. Si se exageró artificialmente las pruebas o no. Si sobre la base de testimonios inducidos de un grupo de colaboradores eficaces se ha encarcelado inocentes, o no.
No estoy en condiciones de afirmar inequívocamente que se haya tratado de una práctica sistemática y dirigida, pero sí he recibido testimonios inquietantes incluso de policías con larga experiencia en el tema.
¿Son los “cocaleros brazos del narcotráfico”, como pregunta Bocanegra? Si la pregunta se precisa en el sentido de afirmar que todo cocalero, por serlo, trabaja para el narcotráfico, la respuesta es inequívocamente que no.
La coca tiene usos benéficos y es perfectamente posible cultivarla para ello. Es cierto que la mayoría de la producción de coca termina en el proceso del narcotráfico, pero eso establece la necesidad de luchar contra este antes que contra la planta.
El campesino cocalero es, casi sin excepción, un campesino pobre. La coca es un medio de liquidez en una vida de carencias.
De otro lado, el narcotráfico en sus niveles altos, es un negocio de altísima rentabilidad. ¿Por qué se gasta entonces tanto esfuerzo y dinero en perseguir a campesinos cocaleros pobres mientras crece el narcotráfico? ¿Para qué diablos sirve insistir en métodos y acciones de alto costo social y bajísima efectividad, como la erradicación forzada, mientras continúa creciendo la exportación de droga?
Un cocalero se hace narcotraficante solo cuando echa la hoja de coca a una poza para bañarla en ácido e iniciar el proceso que lleva a la cocaína. Ellos, los poceros, son técnicamente narcotraficantes, pero en la escala más baja, pobre y numerosa. Concentrar los mejores esfuerzos en reprimirlos ha fracasado una y otra vez a lo largo de tres décadas.
La única lucha eficaz contra el narcotráfico es la que se enfoca en sus capitalistas y no en sus proletarios. En los señores de la droga, sus rutas y medios de exportación, en el ingreso de sus ganancias a la economía legal y no en la persecución a campesinos pobres y a aquellos de sus dirigentes que defienden sus intereses y no los de los narcotraficantes.
Mientras la supuesta lucha contra el narcotráfico tenga como fondo sonoro la cacofonía creada por el arresto de Obregón, es difícil dejar de pensar que su detención tiene un efecto adicional, que es el acorralamiento, el aislamiento, la evidente ansiedad de otra persona, el presidente Humala.
Que la presión que enmudece al Presidente provenga de quienes fueron los subordinados de Montesinos o de quienes ni empiezan a ser investigados por los narcoindultos, es no solo patético sino peligroso.
Tenemos una supuesta lucha antidrogas tan distorsionada que lo que más se necesita es claridad intelectual para entenderla y valentía moral para actuar como es debido

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