domingo, 3 de noviembre de 2013

SE REQUIERE DE NUEVA REFORMA EDUCATIVA

ALUMNOS QUE NO EXIGEN, DOCENTES QUE NO SE PREPARAN

Por: Billy Crisanto Seminario

En el trato docente - alumno se dan algunas relaciones que han sido poco discutidas en nuestro medio. Una de ellas se refiere a los tipos de exigencia del uno hacia el otro. Aquí se dan hasta tres tipos principales. El primero es aquel donde, ni el docente, ni el alumno se exigen a sí mismos. En este caso el proceso enseñanza aprendizaje (E. A.) es pésimo. El segundo ya significa un avance y se produce cuando el docente exige al alumno, lo cual influye en el mejor aprendizaje de este último. El tercero se caracteriza por ser el estudiante quien exige al profesor. Se trata del tipo de exigencia deseado, pues genera la superación permanente del docente. En efecto, éste no tiene otra alternativa que prepararse, y esto redundará en su obligada superación. Sin embargo, también demuestra una alta preparación del estudiante, ya que un aprendiz que exige a su mentor, es por definición una persona con dotes de excelencia.

Es sobre este último tipo de exigencia sobre la que nos ocuparemos, tanto en el nivel básico, como en el superior universitario. Veamos. Nuestro sistema educativo históricamente se ha caracterizado por su condición cognitivo – receptivo, lo cual ha formado estudiantes pasivos y mecanizados. Es típica la imagen del profesor que llena la pizarra de información, y del alumno que las copia en su cuaderno para luego repetirlas en un examen escrito. Muy de vez en cuando aparece un alumno que, mediante sus preguntas, intenta exigir al docente. Sin embargo, en vez de recibir el estímulo general, es objeto del malestar de éste, así como del maltrato de sus compañeros.

Existe en la mente de los principales actores educativos un esquema pre elaborado de lo que debe ser el proceso E. A. En este modelo la figura del adulto (padre y docente) es la que siempre tendrá la razón, y cualquier cuestionamiento se considera una falta. Establecida esta relación de superioridad cognitiva, queda claro que el alumno nunca debe saber más que su profesor. Erróneamente se asume que refutarlo o cuestionarlo significa quitarle autoridad o hacerle quedar mal públicamente. En un escenario gobernado por este tipo de maestro, carente de la confianza en sí mismo, y de la asertividad en sus relaciones, se trunca toda actitud crítica del alumno, quitándole toda iniciativa para exigir a su profesor. 

Si vamos al nivel superior constatamos que, directa o indirectamente, es la propia universidad la que arrastra este modelo educativo. En efecto, es de conocimiento público que desde hace décadas el sistema de ingreso no favorece precisamente el análisis crítico, ni la reflexión, y menos la creatividad en el estudiante. Sin estas capacidades es casi imposible esperar que surjan estudiantes que exijan a sus maestros. Contrariamente dicho sistema favorece claramente la acumulación de información, la cual será utilizada en los exámenes de admisión. Esto ha originado el consabido negocio, primero de las academias, y en los últimos años de los colegios pre universitarios.

De esta manera en la universidad se continúa con este modelo pasivo y acrítico. Así vemos que el ingresante seguirá el mismo patrón respecto a la mínima exigencia a sus docentes. Consecuentemente, éstos no tendrán la necesidad de superarse, claro está salvo notables excepciones. Hay dos demostraciones palpables de esta realidad. La primera es la comprobación empírica de que los jóvenes que ingresan en los primeros puestos (provenientes del sistema pre universitario) casi nunca terminan en el tercio superior. La segunda es que, una vez conseguido su nombramiento, la mayoría de docentes deja de prepararse, pues no existe ningún tipo de evaluación con la rigurosidad correspondiente 

Este círculo vicioso, estudiantes que no exigen y docentes que no buscan superarse es uno de los grandes problemas de nuestros sistema educativo. El resultado es previsible. Egresados que en algunos casos llegan a dominar la base tecnológica, pero carentes de una formación humanista que los lleve a convertirse en activos ciudadanos y en ejemplares padres de familia. Cambiar estas mentalidades dominadas por el conformismo y la incompetencia implica una reforma educativa que, a duras penas se está abriendo paso en el nivel básico, pero que aún encuentra férreas resistencias en el nivel universitario.

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