CARTA A LOS ESPIRITUS JOVENES
Llevaba como acompañante el olor a brisa marina, cuando lo sacaron de una de las celdas en la Isla Penal El Frontón. Augusto B. Leguía, entonces Presidente del Perú, había dicho de él: “Ese joven debe salir deportado en secreto. Es muy peligroso”. Ese joven se llamaba Víctor Raúl Haya de la Torre.
Había sido elegido Presidente de la Federación Universitaria del Perú (FEP) y el 23 de mayo de 1923, unos meses antes, había movilizado a los obreros y estudiantes defendiendo la libertad de credo de los peruanos. La iglesia católica con el gobierno, habían pretendido consagrar al Perú el “Sagrado Corazón de Jesús” con claros fines electorales reeleccionista de Augusto B. Leguía, sin razonar que no todos los peruanos son católicos. Esta fue la acusación de sus enemigos para llamarlo ateo, quienes no quisieron entender que existen no creyentes y otras confesiones entre los peruanos. Este enfrentamiento llegó a las calles de Lima, muriendo el obrero tranviario Salomón Ponce y el estudiante Manuel Alarcón Vidalón.
Aquella mañana que le abrieron las rejas de su prisión para llevarlo con destino desconocido, obreros y estudiantes universitarios en Lima llevaban una semana en huelga, presionando por la libertad del joven Rector de la Universidad Popular Manuel Gonzales Prada, que contaba entonces con casi cinco mil alumnos, todos trabajadores y cuyas enseñanzas eran impartidas rigurosamente por jóvenes universitarios. Esa era una de las razones para deportarlo de manera oculta ese 9 de octubre de 1923 y es que había despertado la conciencia colectiva de un frente único de trabajadores manuales e intelectuales embrionario; además, Haya de la Torre se había declarado en huelga de hambre seca.
Caminaba taciturno y quizás estaba ante la tarde más dura para el joven Haya. No era el invierno ni el frío del Callao, sino la incertidumbre de partir solo con lo que llevaba puesta y un libro entre sus brazos. Nadie conocería su destino, porque también estaba incomunicado de sus padres, de la familia, de sus amigos.
Al empezar a abordar el barco que lo sacaría de su patria, se le acercó el Secretario del Presidente del Perú con un mensaje y un sobre con dinero. Su respuesta fue inmediata: “La conciencia de un hombre libre no se vende” y rechazó la encomienda.
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