lunes, 22 de julio de 2013

FALTA CLASE A LA CLASE POLÍTICA



Clase Política y Caudillismo

Otto Guibovich Arteaga
Ex Comandante General del Ejército del Perú
No tenemos una clase política en el Perú. Un flanco débil desde la independencia misma de la patria y que casi dos siglos después de la proclamación, sigue sin norte. Es el talón de Aquiles de un emprendedor Perú al punto que hoy la economía, remolca a esa política desorientada.
Clase política es definida por Gaetano Mosca, como la importante minoría que gobierna a la mayoría. Aquella que debe tomar decisiones trascendentes, monopolizar el poder y decidir por todos. Con ello, responsable del destino del estado.
La clase política debe ser una élite, calificada, orgánica y requiere de fuerzas nutridas para ejecutar decisiones y diseminarlas en la sociedad. Aquí encontramos el primer problema: no hay partidos políticos sólidos, coherentes, creíbles donde ciudadanos con vocación de servicio recalen y aspiren ejercer el poder como parte de relevos generacionales.
Hay colectivos que desestiman este relevo pues cultivan modelos anacrónicos con guías predestinados y en lugar de líderes prefieren ídolos. Los ídolos insustituibles han hecho mucho daño y es aquí donde encontramos un segundo problema: el caudillismo.
El caudillismo es una ironía del liderazgo y ha sido pauta en el Perú. Líderes con visión estratégica que hayan diseñado un destino superior para los peruanos en el largo plazo siguen ausentes. Líderes políticos sinérgicos de sólido sustento moral, multiplicadores de efectos, escasean. Caudillos y caudillitos proliferan.
El caudillo como antítesis, es el cabecilla que busca excesivas facultades y las confunde fácilmente con prerrogativas y deviene en déspota. Ha sido y es una constante en la política peruana. Fueron caudillos de todos los colores que propiciaron irresponsables episodios en diferentes periodos de nuestra historia. Ese caudillismo supervive como modelo mental.
Lo sucedido en el Congreso días atrás pasa por lo descrito. Nuestros representantes, no han tenido visión para entender siquiera el contexto en el que se sitúa la política en la segunda década del siglo XXI.
Grupos políticos acordaron –consenso le dicen- quiénes serían los nuevos funcionarios en tres organismos autónomos del estado. La forma de votación se lo aseguraba y esta resultó una pantomima. Se trata de organismos  técnicos y no políticos.
Cuando políticamente se hacen las cosas mal, se generan condiciones para que surjan iluminados con la frase "yo puedo hacerlo mejor" e, irresponsablemente, alimentamos caudillismos. No se entiende que cada vez existen menos tolerancia y resignación a decisiones burdas en el ejercicio del poder.
Tampoco se entiende que la interacción en tiempo real brinda una nueva dimensión en las relaciones humanas. La sociedad del siglo XXI es interactuante y así como crece la clase media para regocijo de millones, crecen rápidamente las expectativas que se refuerzan en las redes sociales.
Consensos políticos son indispensables para promover mejores decisiones y que mejores peruanos en cada campo sean elegidos, pero nuestra "clase política", minoría, como la llama Mosca, resultó muy pequeñita para darle talla a un mandato demasiado importante y de patético desenlace.
En tiempos de calidad total y de cuidadosa exactitud en los procesos, errores groseros de los políticos en función de gobierno se convierten en generadores de otros errores, una licencia que no se puede permitir, si pretendemos seguir creciendo y desarrollando nuestros claros potenciales.
Ni economía de mercado, inclusión social, minería moderna, competitividad, ni reducción de la pobreza o educación para el cambio, pueden tener visión de estado sin una clase política alejada de viejos paradigmas, que promueva liderazgo con visión de futuro, donde los partidos políticos sean escuelas y se enseñe Perú y el arte de gobernarlo. Difícil tarea pero he ahí un imperativo.

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