Múnich, la noche más oscura |
abr
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El Bayern de Múnich ha sufrido lo indecible. El resultado le incomodaba porque cualquier resultado le hubiese incomodado. El equipo de Jupp Heynckes sufrió pero no lo hizo en el sentido que normalmente se le atribuye a los equipos que sufren, que padecen. El Bayern sufría en positivo porque quería más, en cada balón que recuperaba Javi Martínez a la espalda de un azulgrana despistado, en cada carrera de Arjen Robben encarando a su marcador, en cada incorporación de Phillip Lahm para doblar al holandés y decirle adiós al mejor equipo de los últimos años. Thomas Müller había pedido el cambio, pero al no producirse corrió una última jugada como si le persiguiesen los demonios. Al límite, a romperse, así es como se consiguen los goles. El Bayern ganaba por cuatro a cero al Barcelona y quería el quinto, tal como lo ha querido toda la temporada contra todos y cada uno de los equipos de la Bundesliga. En cambio el rival que tenían enfrente bueno, sí, competía, pero en otra tesitura, como en un ambiente más calmado que proviene también de su progresión doméstica. Este Barça no se ha alterado para nada esta temporada, excepto en la vuelta ante el Milan. Ni por detrás en el marcador ni quedándose sin disparar un solo tiro a puerta. No se ha inquietado. No ha despertado. La debacle histórica del Allianz Arena les redirige al rincón de reflexionar, porque pese a ser atropellados por un equipo inmenso, que sufre sea cuál sea el resultado, no han desarrollado el fútbol que potencialmente pueden elaborar. “Son más rápidos, son más fuertes”, decía Gerard Piqué al acabar al encuentro, cuando realmente querría decir que están más rápidos y están más fuertes o que han trabajado más para estarlo. Físicamente el Bayern puede imponer una diferencia a su favor ante cualquier equipo, pero frente un Barcelona notable esa diferencia no puede ser abismal. Anoche lo fue, en un estadio entregado. El Bayern se vengó del 4 a 0 de 2009 y le infringió un severo correctivo al Barcelona de Tito Vilanova. Uno de los que quedan marcados para toda la vida.
Salía el Barcelona con la alineación más previsible, Bartra en el central y Messi en la delantera. Piqué se había rapado la cabeza, como punto curioso, y fue el primero en ser exigido. Aunque los azulgrana tuvieran más posesión, se incumplió la lógica que presumía un Bayern incómodo sin el esférico, acostumbrado a tenerlo casi siempre en la Bundesliga. Lo tenía el Barça, pero no atacaba, solo se defendía con él. Al Bayern eso no le preocupó, con o sin balón nunca perdió el entusiasmo. Esperó con una presión avanzada y salió como un cohete tras recuperación, acabando siempre en disparo o en córner. Siempre peligroso. En cambio, al equipo de Tito un segundo sin posesión ya le desesperaba y cometía auténticas tonterías para recuperarlo, como la presión de Iniesta o Xavi a los centrales con cero posibilidades de éxito. La presión era totalmente descompensada y, por sistema, al trote. Pasaba que los laterales alemanes abrían el campo al máximo y pese a que Alexis y Pedro estuvieron muy pendientes, les costó una infinidad seguir las paredes que trazaban con los extremos. El Bayern tuvo visión periférica. Fue un pase más allá y el Barça nunca lo leyó. A veces por impotencia, como en el primer gol. Müller quedó solo en el segundo poste y Dante acertó al volver a cambiar el balón de banda. Otras por simple omisión: los barcelonistas no seguían las paredes.
Como aquí ya toca hablar del tanto de Mario Gómez, digamos simplemente que Viktor Kassai y sus asistentes lo pitaron todo al revés. Como mínimo hay infracción en dos de los primeros tres goles del Bayern. También hay dos penaltis omitidos en el área azulgrana por manos de Piqué, primero, y Jordi Alba, después. No influyó para nada en el resultado porque más o menos queda todo compensado, pero no acertó casi nunca. En realidad, su actuación no desentona con la totalidad de arbitrajes de casi todos los partidos desde cuartos de final en Liga de Campeones. Algo digno de estudio.
Los futbolistas del Barcelona tocaban de tres a cuatro veces el balón antes de dar un pase, si es que no lo perdían antes. Xavi, Iniesta y Busquets no hicieron buen partido, lentos tanto en dar la pelota como en ofrecerse después. Los azulgrana abusaron del ‘pasa y arréglatelas’ cuando su fútbol siempre se ha caracterizado por el ‘pasa y me vuelvo a desmarcar’. Mejoró la situación posicionalmente con el 2 a 0, incrustado el Barça en campo rival y con algún que otro indicio de que tal vez en algún momento si la cosa iba bien y a alguno se le cruzaban los cables puede que intentasen crear peligro. Al final resultó una encerrona del Bayern para salir al contragolpe y matar la eliminatoria.
Messi, visiblemente fuera de ritmo, no pudo. Cuando lo intentó estuvo lento y no encontró -a veces porque no los buscó- socios para acercarse a la portería. Si construimos esta frase en positivo definiríamos el partido de Ribéry, Robben y sobre todo, de ese futbolista impagable que es Thomas Müller.
Queda el partido de vuelta para que el Barcelona intente el milagro. O al menos para sumar una victoria que permita levantar el título de liga con algo de entusiasmo. Es complicado que lo de anoche quede en accidente, porque el atropello fue brutal a todos los niveles. Uno de ellos a nivel de banquillos. El cuerpo técnico azulgrana no cambió media coma del sistema ni de sus jugadores hasta que perdían por cuatro goles a cero. Su actuación se pareció a la de Manuel Neuer. En el partido más importante del curso simplemente no intervinieron.
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