DÉJAME AYUDARTE
Un joven se dirigía como cada mañana a su trabajo, por el camino vio un hombre cargando una pesada carretilla repleta de ladrillos. El joven le preguntó: ¿Hacia dónde va?El hombre respondió: - Voy al pueblo.
El joven le dijo: - ¿Quiere que le ayude?
El hombre le contestó: - Puedo solo.
Sin llegar a comprender la falta de cortesía de la respuesta, siguió caminando y se encontró con otro hombre que iba cargando un montón de leña atada con una cuerda. El joven que lo veía, le dijo: - ¿Hacia dónde va?
El hombre respondió: - La llevo a mi casa al otro lado de ese cerro.
El joven le preguntó: - ¿Quiere que le ayude?
El hombre accedió, el joven tomó la cuerda y cargó la leña.
Poco habían caminado, cuando el hombre, en su machismo quiso demostrar que podía solo, por lo cual volvía a cargar la leña. Pero el joven, siguió caminando a su lado, pensando que quizás mas adelante, necesitara de su ayuda. Un tiempo después el hombre ya no soportaba el peso de la leña y se la volvió a entregar al joven, pero al rato y ya sintiéndose mas descansado volvió a tomar la carga y finalmente la llevó hasta su casa.
Aún sorprendido por la actitud del hombre, el joven retomó su camino y se encontró ahora con un trabajador que llevaba un pesado costal de arena. Se acercó a él y le preguntó: - ¿Hacia dónde va?
El hombre respondió: - Tengo que llevárselo a mi patrón, que vive a 5 km. de aquí.
El joven preguntó: - ¿Quiere que le ayude?
El hombre sonrió y le dijo: - ¡Oh sí, gracias yo ya no puedo con esta carga! y se la entregó.
El hombre y el joven fueron conversando animadamente por el camino y finalmente pudieron entregar el costal de arena al patrón.
Seguramente te sorprende la terquedad de los hombres que aunque no podían soportar el peso que tenían que llevar, tampoco querían aceptar ayuda. Pero llamativamente, muchas veces hacemos lo mismo en nuestra relación con Dios.
¿Con cuál de los tres hombres de la historia te identificas? En determinados momentos reaccionamos de la misma manera. Algunas veces nos parecemos al primer hombre y queremos resolver nuestros problemas solos, y en nuestra autosuficiencia, confiamos más en nuestra sabiduría y experiencia, que en la ayuda de Dios. Otras veces, obramos parecido al segundo hombre, permitimos que nos ayuden pero hasta un cierto nivel, porque creemos que lo demás podemos manejarlo nosotros mismos. Y son pocas las veces, que le entregamos todas nuestras cargas para que Él se ocupe de ellas.
Pero lo mas sabio sería imitar la actitud del tercer hombre, entregándole a Dios cada día todo aquello que nos aflige, que nos quita el sueño y la paz. Dejemos de preocuparnos y creamos más en Él, depositemos nuestra confianza y fe en aquel que nunca nos fallará y que prometió estar con nosotros hasta el fin de nuestros días.
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