Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2298 de la revista ‘Caretas’.
¿Es tan difícil pensar con claridad?
La reciente encuesta de GFK, publicada el domingo pasado en “La República”, reveló una disonancia entre la percepción favorable de la población urbana del país sobre el manejo de la lucha contrasubversiva en el VRAE con la desfavorable sobre la gestión del presidente Humala.
El año pasado, el 70% de los encuestados tenía la impresión que Sendero Luminoso estaba “ganando en el conflicto” contra el 23% que pensaba que el Gobierno llevaba la mejor parte. Ahora, el 49% piensa que el Estado posee la ventaja y apenas el 36% que Sendero la tiene. Es decir, en la percepción de quién va ganando Sendero bajó de 70% a 36% y el Gobierno subió de 23% a 49%.
Sin embargo, la aprobación de la gestión de Ollanta Humala cayó de 55% en enero de este año al 26% en agosto. Seis puntos porcentuales de esa caída se dieron entre julio y agosto, cuando el éxito operativo de las Fuerzas de Seguridad en el VRAE pudiera haber tenido el efecto de térmica política que no tuvo.
¿Por qué? Normalmente, los éxitos militares o policiales en el ámbito de seguridad representan una inmediata ganancia política para el gobierno de turno. Fujimori, por ejemplo, que, especialmente al comienzo de su régimen era harto ignorante en el tema, aprendió a aprovecharlo como pocos, con la asesoría de Vladimiro Montesinos. No importaba que gran parte de su relato fuera falso con tal que sonara cierto. Y eso le funcionó como levadura para su capital político.
¿Es posible que a la gente le importe mucho menos la lucha antisubversiva hoy que en los noventa? Por supuesto que importa menos porque no tiene la gravedad de entonces, pero sigue preocupando, y con razón, al público.
El motivo de esa disonancia no es la indiferencia de la gente sino la deficiente administración del éxito por parte del propio presidente Humala.
En lugar de exponer la operación con la claridad y precisión que él conocía al detalle, Humala prefirió informar sobre ella casi de pasada y con notoria vaguedad sobre los detalles. Poco después pisaba sus propios pies al introducir, sin necesidad ni tino, el tema de las supuestas vacas flacas.
El presidente Humala carece de un estado mayor que merezca el nombre y de asesoría política en aspectos elementales de gestión presidencial. De ahí el derroche de la oportunidad en esta ocasión.
Pero todo indica que hubo además una decisión consciente de describir imprecisamente el desenlace.
El escenario del enfrentamiento, a las pocas horas de producido, mostró que la casa en la que estuvieron ‘Alipio’, ‘Gabriel’ y el tercer senderista, ‘Alfonso’ fue consumida, con sus ocupantes, por una deflagración que la desapareció sin afectar las casas vecinas, como hubiera sido el caso con una explosión.
Eso, por supuesto, no describe una acción policial sino una típicamente militar. La pregunta es: ¿había alternativa? ‘Alipio’ era el autor directo de decenas, quizá centenares de muertes, y era también un combatiente formidable, que más de una vez había convertido emboscadas en contraemboscadas y que estaba protegido por una columna de más de veinte senderistas en ubicación cercana, bien armados y entrenados. Un enfrentamiento directo hubiera supuesto bajas de varios de los miembros del grupo de reconocimiento que actuó primero, y probablemente la fuga de ‘Alipio’ y ‘Gabriel’ antes de los nueve minutos que tomó la llegada de los helicópteros.
El operativo de Pampas fue de inteligencia policial en su concepción, manejo sutil y precisa sincronización. Pero el desenlace fue militar, con una acción exacta de fuerzas especiales que no sufrieron ninguna baja y, lo más importante, no causaron víctimas inocentes ni daños colaterales pese al intenso poder de fuego que se dio en el pequeño caserío.
‘Alipio’ y ‘Gabriel’ cayeron en una emboscada, en una trampa que al activarse los mató. ¿Pudieron haber sido capturados como lo fue, por ejemplo, Félix Huachaca Tincopa, ‘Roberto’, el enviado de SL-VRAE al Huallaga, pepeado por un colaborador suyo que había sido convertido en agente del gobierno? ‘Roberto’ estaba solo con el colaborador que lo traicionó cuando fue capturado (los otros miembros del grupo habían salido del monte a divertirse o visitar familiares, con permiso de ‘Roberto’). En cambio, ‘Alipio’ y ‘Gabriel’ no solo estaban armados y alertas sino disponían de una columna senderista con gran poder de fuego a distancia de voz. Una conminación a rendirse habría desatado, con seguridad, un combate en el que el grupo de reconocimiento, numéricamente menor que los senderistas, hubiera podido sufrir bajas y probablemente perdido a sus objetivos.
El mismo policía que dirigió el operativo de captura de ‘Roberto’, el comandante PNP ‘Jhair’ fue el que, según fuentes dignas de crédito, reclutó al agente que atrajo a ‘Alipio’ y a ‘Gabriel’ hacia su casa en Pampas. Pero la culminación fue totalmente diferente en cada caso, por la capacidad de fuego y de movimiento de ‘Alipio’ y ‘Gabriel’. En uno fue arresto y en el otro emboscada. ¿Hubo en este último un uso legítimo de la fuerza del Estado? Al preguntarse esto, algunos recordarán la limpieza operativa y ausencia de víctimas en la captura de Abimael Guzmán por el GEIN en 1992. Pero Guzmán no estaba armado ni escoltado por un grupo de combatientes expertos sino por mujeres desarmadas.
La decisión de utilizar la fuerza letal sin intimación previa a rendirse es una de las más graves que puede tomar una autoridad estatal. Pero hay circunstancias sobre las que existe un consenso de que no hay alternativa salvo la acción. Un secuestro con toma de rehenes en los que la vida de estos está amenazada justifica, en casi todos los ordenamientos legales democráticos, la intervención de francotiradores para abatir al secuestrador o los secuestradores.
Las razones de fuerza mayor son, por definición, convincentes. Por eso, uno de los criterios para tomarlas debe ser el de poderlas exponer y defender. En este caso, la opacidad informativa fue una mala decisión. Tanto para el país, que mereció conocer la realidad sin borrones, como para el grupo de civiles, policías y militares que llevaron a cabo un operativo de notable calidad; y, finalmente, para el propio presidente Humala, cuyas disposiciones –luego del trágico fiasco de Kepashiato el año pasado– fueron determinantes para organizar el grupo que obtuvo el resultado.
Pero en lugar de exponer, explicar y defender, lo que quedó después de unos pocos días fue una imagen pixeleada de los hechos y la ridícula polémica sobre si existía una brigada Lobo o no. Luego, la incompetente declaración sobre ‘las vacas flacas’ fue inevitablemente seguida por las anoréxicas encuestas. ¿Es tan difícil pensar con claridad?
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