POR: ENRIQUE DANS
La comparecencia de Barack Obama el pasado día 9 se ha convertido ya en prueba de varias cosas: la primera, que como decíamos tan solo un día antes, el péndulo de la opinión estaba oscilando ya dramáticamente, y era claramente el momento de reunirse con la preocupada industria tecnológica y de comparecer ante la ciudadanía. Pero la segunda, y mucho más preocupante, que las mentiras tienen una curiosa propiedad: a medida que se acumulan, se tiende a minimizar su importancia.
La gran mentira de Obama, tan ridículamente forzada y patéticamente evidente que todos los medios la destacan, es que inicia el proceso de introducción de controles en el espionaje de la NSA por convicción propia, y no por culpa de las revelaciones de Robert Snowden. Una mentira tan evidente, que provoca el inmediato cuestionamiento de todo lo que viene detrás de la misma: en realidad, Barack Obama no pretende introducir controles, sino simplemente lavar la cara de los procesos de cara a la opinión pública para poder seguir haciendo exactamente lo mismo que ya hacía.
El elefantiásico proceso de monitorización y escucha que afecta “únicamente” al 1.6% del tráfico diario de la red (fantásticoel artículo de Jeff Jarvis en ese sentido) seguirá desarrollándose y creciendo lo que las sucesivas “mejoras” tecnológicas le permitan, y seguirá teniendo lugar a espaldas de la ciudadanía. El entramado legislativo que lo permite seguirá adaptándose y modificándose para acomodar la mentira. Los proveedores de tecnología de espionaje y vigilancia que tanto dinero se han dejado en lobbying pueden estar tranquilos: las voluntades que han comprado siguen cumpliendo su función. En realidad, la mentira de Obama es tan evidente, que el mismo Obama cayó en dos de los errores más clásicos de quien miente: uno, el “excusatio non petita, accusatio manifesta“; y dos, el adornar la mentira con excesos verbales. Las declaraciones sobre Snowden y su condición de héroe o patriota sobraban: el pueblo americano sabe perfectamente que lo es y lo que le debe.
Las declaraciones de Obama no valen nada, porque no son fruto de una reflexión o de un cambio de mentalidad, sino de haber sido pillado con las manos en la masa. Son excusas forzadas por un escándalo, y que no condicionan en absoluto su actuación futura. Son tan solo una mentira más, en una pila tan grande, que una más simplemente no importa. Mientras por un lado miente a los ciudadanos afirmando que va a “introducir controles”, se dedica a forzar el cierre de proveedores de servicios de correo cifrado como Lavabit o Silent Circle: las razones para el cierre expuestas por Ladar Levison o por Phil Zimmermann son tan evidentes como inquietantes.
Obama miente. Pero además de mentir, provoca con ello una redefinición del mapa geopolítico y tecnológico, y se adentra al hacerlo en una guerra absurda, en el mismo tipo de guerra que la industria de los contenidos lleva años luchando y perdiendo: la lucha contra el progreso. Lo único que los Estados Unidos van a conseguir obligando a cerrar a servicios perfectamente legales como Lavabit o Silent Circle es que, del mismo modo que las empresas extranjeras renuncian a utilizar servicios de proveedores norteamericanos, ese tipo de servicios sean ofrecidos desde otros países, por otras empresas que pretendan llenar ese hueco de mercado. Una decisión que va a acabar teniendo un importante coste para los Estados Unidos en muchos sentidos. Y no porque lo diga Kim Dotcom, sino porque es de 1º de Estrategia.
|
miércoles, 21 de agosto de 2013
MIL MENTIRAS DE OBAMA
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario