¿Qué nos queda después de La Haya?
Por Nicolás Lynch
Pasan los días después del fallo de la Corte de la Haya y va quedando claro lo sucedido. Como siempre en las relaciones entre el Perú y Chile, nuestros vecinos del sur se llevan la carne y nos dejan a nosotros el hueso. ¿Significa esto que no debemos acatar el fallo? No, de ninguna manera. Como Estado peruano nos sometimos a la jurisdicción de la Corte y debemos aceptar su veredicto que tiene rango de tratado internacional. Pero para ello no hay que comulgar con el triunfalismo oficial y los medios que le hacen coro porque esta actitud oculta la realidad de nuestra relación con Chile y de nuestra política exterior.
La experiencia nos tiene que servir de lección en dos sentidos; primero, para cambiar la dinámica de nuestra relación con Chile, y segundo, para reorientar nuestra política exterior. Ahora bien, para que la experiencia sirva de lección tenemos que anclar nuestra reflexión en la historia, no para hacer un ejercicio de nostalgia sino para mirar con claridad hacia adelante.
Empecemos por el cambio de dinámica. En todos nuestros tratos con Chile, me refiero al Tratado de Ancón de 1883, al Tratado de 1929 y al Acuerdo de Libre Comercio de 2006; Chile se ha llevado la mejor parte y nos ha dejado a nosotros algún premio consuelo. En el Tratado de Ancón tuvimos que firmar la cesión definitiva de Iquique y Tarapacá y la temporal de Tacna y Arica, a cambio de que desocuparan el país. En el Tratado de 1929, ante la negativa chilena de cumplir con el Tratado de Ancón y realizar el plebiscito sobre el destino de Tacna y Arica, tuvimos que aceptar la cesión definitiva de Arica para que nos devolvieran Tacna. En el Acuerdo de Libre Comercio, les dimos casi todo lo que querían, incluido el arbitraje para la solución de disputas, pero ellos no nos dieron mayor preferencia para nuestras inversiones ni seguridades de buen trato para nuestros migrantes. El resultado, como hemos publicado en Otra Mirada, es el 10 a 1 que en términos de inversiones tenemos como desbalance con Chile, ellos 9,550 millones invertidos en el Perú y nosotros 919 millones invertidos en Chile con cifras para el año 2012.
Lo mismo ha sucedido con el fallo de la Haya. Nuestra argumentación jurídica ha sido tan pobre que la razón legal la Corte se la ha dado a Chile con la línea que parte del hito 1 y sigue el paralelo por 80 millas; y la solución política para nosotros con la línea equidistante a partir de ese punto y hasta las 200 millas. Lo primero, le permite conservar a Chile lo fundamental de la riqueza marina de la zona, que es el recurso económico más importante, mientras nos concede a nosotros una zona de extensión importante pero de mucho más difícil acceso y cuya riqueza está por determinar. Además, esta línea de frontera marítima enclaustra definitivamente a Tacna, quitándole posibilidades de desarrollo a la pesca artesanal del lugar.
La agenda positiva que nos queda desarrollar hacia adelante en la relación con Chile debe partir por ello sobre bases distintas a las que ha venido teniendo esta relación. Hay que pasar a pactar ventajas mutuas y no esta reiteración de ventajas para uno y consuelos para el otro. Pero esto no es solo un asunto de firmeza diplomática frente a Chile sino también un cambio de actitud en el Estado peruano que debe empezar a defender lo nuestro y dejar de pensar solo en las élites limeñas y en los grandes grupos económicos, la mayor parte de las veces extranjeros.
El cambio de dinámica y la agenda positiva solo serán posibles dentro de una reorientación global de nuestra política exterior. Una nueva relación con Chile debe darse volviendo a priorizar la amistad con nuestros vecinos, empezando por cumplir nuestros compromisos con Bolivia, promoviendo la integración regional, la UNASUR y el CELAC, y no como se viene haciendo la Alianza del Pacífico y el nonato TPP. Es empezando por mirar a la región que podremos mirar mejor a Chile y no al revés como creen los que nos gobiernan.
Para que este cambio de política exterior se concrete hay que impulsar un debate nacional sobre el punto y no dejar que las decisiones se sigan tomando a puerta cerrada, secuestrando de esta manera el ejercicio de la voluntad popular. Así es como construiremos una visión nacional y compartida de nuestras relaciones exteriores.
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