Estoy ahora mismo en el AVE saliendo de Barcelona, a donde acudí invitado por RTVE para tratar el tema de los móviles en la escuela en el programa “Para todos la 2“, en una tertulia en la que estuvieron también Pere Torrents, manager de educación de GSMA, y Marc Segarra, consultor en creatividad y cocreación en Incubio, agradablemente moderados por Juanjo Pardo.
Nos habían enviado un pequeño guión de preguntas para una tertulia en la que teníamos disponibles veintidós minutos, que por mi experiencia suelen quedarse cortísimos. Tras avisar a todos mis compañeros de mesa acerca de mi tendencia a la incontinencia verbal y decirles que no dudasen en lanzarme algo contundente si hacía además de monopolizar el diálogo en un tema que me resulta interesantísimo, empezamos… y la verdad, el resultado me gustó mucho.
Sensación de haber cubierto los objetivos buscados: salieron temas como la experiencia con el uso de metodologías abiertas, blogs de alumno, flipped classroom o edupunk, se habló de la iniciativa de cada vez más profesionales de la enseñanza frente a este tipo de iniciativas y las resistencias que en demasiadas ocasiones se encontraban por culpa de las rigideces del sistema en muchas instituciones o incluso por parte de muchos padres, y se mencionaron numerosos temas extraídos de la experiencia que me parecieron que dejaban claro la actitud positiva y constructiva de todos los presentes con respecto a este tipo de temas. Hay que tener en cuenta que la tertulia no buscaba la confrontación de posturas, sino la exposición y familiarización de los espectadores con el tema.
Empecé fuerte definiendo al enemigo: el libro de texto. Sea en el formato que sea, en papel o electrónico, el libro de texto es un artefacto del pasado que define un formato autocontenido, un “paquete” en el que está, supuestamente, “todo” lo que el alumno debe aprender a lo largo de un curso en una asignatura. Un formato completamente del pasado, completamente contraproducente con respecto a lo que deberían ser los objetivos de la educación hoy: en pleno siglo XXI, la información es ubicua, está por todas partes, y lo que debe enseñarse a los niños es cómo manejarse en un océano de información. Dársela “empaquetada” y pretender objetivos memorísticos evaluados en función de la retención y la redacción en un examen es absurdo, y favorece el uso de la herramienta con propósitos de adoctrinamiento, algo que ya muchos consideran “parte del escenario” y que supone una auténtica aberración que jamás se puede legitimar o tratar con ligereza.
En efecto, el libro de texto es decididamente el enemigo a batir, uno que se esconde bajo el manto de una supuesta legitimidad del objeto contra el que pocos quieren plantear batalla, pero que condiciona claramente el futuro de nuestros hijos, poniéndolos en un escenario que no responde en absoluto a los objetivos y las demandas del aprendizaje de nuestros días. Debemos exigir que el proceso educativo enseñe a nuestros hijos a buscar información, cualificarla y utilizarla, un objetivo que les resultará infinitamente más motivador que enfrentarse a un libro de texto, y que los preparará infinitamente mejor de cara a las habilidades que necesitarán en su futuro como miembros de la sociedad. En la consecución de ese objetivo, las tecnologías móviles suponen un descenso de las barreras de entrada, una defensa contra la división digital: no todo el mundo puede permitirse un smartphone, pero indudablemente es un dispositivo que ofrece una amplia gama de posibilidades y que está sujeto a una permanente dinámica de descenso de precios (citéFirefox OS) por sus muchas posibilidades en ese sentido y su arquitectura abierta, y supongo que en parte influenciado por el proyecto ThinkBit, sobre el que escribí hace un par de días, y que también cité durante la tertulia.
Además, salieron temas como el papel, la motivación y la formación del profesor, y la progresiva caída en desgracia – no en la enseñanza, sino en el conjunto de la sociedad – de un sistema basado en la autoridad, algo que la generación millenial no acepta si no ve completa y adecuadamente justificada. Y, en una intervención que hará las delicias de mi hija, empeñada en que eso de los “nativos digitales” es una falacia de primer nivel, hablé de la disonancia que surge cuando las empresas hablan de los jóvenes (“son la bomba, usan la tecnología de maravilla como si hubieran nacido con ella, etc.”) y lo que los jóvenes piensan de sí mismos (“no tenemos ni idea, lo único que hacemos es usar dos o tres herramientas mal contadas, nos falta muchísima base y necesitamos muchísimo aprendizaje en el uso de la tecnología”). No podemos educar a nuestros hijos diciéndoles que “son la bomba”, fundamentalmente porque no lo son. Sí, tal vez tengan una cierta facilidad mayor por el hecho de haber crecido en un entorno con una fuerte presencia de tecnología, pero dejados a su libre albedrío se limitan, en efecto, al uso intensivo de unas pocas herramientas, sin ningún tipo de reflexión sobre su uso, y sin tratar de entender “por qué o cómo funcionan las cosas” o “qué hay detrás de todo esto”.
Una tertulia muy agradable, en la que sin duda habrá cuestiones no exentas de polémica, pero que creo que puede caracterizar muy bien el signo de los tiempos que se avecinan. La cuestión es… a qué velocidad. El futuro ya está aquí, simplemente es que no está uniformemente distribuido.
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viernes, 31 de enero de 2014
PROGRAMA PARA TODOS LA 2
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