miércoles, 19 de marzo de 2014

COLUMNA DE REPORTEROS

Gustavo Gorriti, director de IDL-Reporteros (Foto: Christian Osés).
Gustavo Gorriti, director de IDL-Reporteros (Foto: Christian Osés).
Comisiones investigadoras

El martes 11 participé como panelista en un foro organizado por el Grupo de Trabajo Contra la Corrupción, para discutir el “trabajo de la comisión investigadora del Congreso sobre el gobierno de Alan García”.

El foro se realizó en un auditorio del hotel Riviera, de esos a la antigua y brava usanza, en donde la manera de recircular el aire es agitar un abanico.
Como me tocaba hablar después del presidente de la Megacomisión, Sergio Tejada; del ex procurador anticorrupción, Julio Arbizu; y del jurista Yván Montoya, de la universidad Católica, llegué un poco tarde y me perdí la gritadera y los empellones que ocasionó un grupo pequeño de apristas (¿alguien lo duda?), que intentaban abochornar a Tejada con el asunto –insinuado, casi anunciado por Alan García un poco antes– de una supuesta paternidad no reconocida.
Al llegar encontré los frutos de la estupidez de los provocadores y sus jefes. La gente estaba enardecida, en combativa solidaridad con Tejada, sintiendo que el ataque era una prueba de la eficacia investigativa de la Megacomisión y de la desesperación de su principal investigado.
En ese contexto, hablé sobre los requisitos de una investigación, sobre los límites y ventajas de una comisión investigativa del congreso, sobre sus posibles resultados y sobre qué se necesita para que las investigaciones atinadas logren eficacia en la lucha contra la corrupción. Dije, más o menos, lo siguiente.
¿Cuáles son los requisitos de una buena investigación?
Investigar lo que se supone oculto, escondido o encriptado exige una cierta pugnacidad frente a lo desconocido.
Pugnacidad significa en este caso una búsqueda despierta, con agudeza en la indagación, astucia para desentrañar los métodos y los actores del ocultamiento, perspicacia para encontrar los puntos débiles de este; y, por más que suene paradójico, una paciente prontitud para penetrar por esas vulnerabilidades en el momento preciso y sin demora.
Por la misma razón, el éxito de la investigación depende de una esencial imparcialidad al indagar por la información.
Es indispensable estar abierto a la sorpresa, a resultados inesperados en la búsqueda y al cambio de enfoque y hasta de objetivos con agilidad y sobre la marcha.
"Pese a que no solo enfrenta una realidad renuente sino al enemigo en casa, basta un solo buen comisionado para arrancar, en ocasiones, la verdad de las fauces mismas del encubrimiento".
Eso se aplica a todas las investigaciones. En biología, en arqueología, en epidemiología, y por supuesto que en criminología, así como en la que un futuro no lejano quizá se estudie como Cutrología, el estudio de la cutra y de sus principales practicantes.
Es verdad que muchas veces, al empezar una investigación, uno sabe más o menos lo que busca y el desafío es probar o fracasar. Pero aún en ese tipo de circunstancia las sorpresas son frecuentes. Uno empieza buscando algo y termina encontrando algo diferente.
Esa es la razón por la que todo investigador debe mantener, a la par de la actitud pugnaz, despierta y astuta, una mente limpia de prejuicios, que lea lo que la realidad le indica y no busque imprimir su intención, su certeza a priori o su prejuicio sobre esa realidad.
Visto lo general, ¿cómo funciona una investigación del Congreso?
Investiga solo lo que se le encargó específicamente indagar por acuerdo del Congreso. Eso limita su latitud de acción.
En los hechos, la investigación ocurre en algunos planos. Uno es el profesional, de los expertos contratados para investigar el encargo recibido.
Encima de ellos está el ámbito de los comisionados, donde suelen enfrentarse los defensores y los acusadores del o los investigados.
Ahí, con frecuencia, las partes opuestas buscan forzar su objetivo de acusar o exonerar al margen de la evidencia. Eso no vicia necesariamente la investigación, porque basta un solo un buen comisionado para arrancar, en ocasiones, la verdad de las fauces mismas del encubrimiento. Pero su trabajo presenta muchas más dificultades que la investigación misma, puesto que no solo enfrenta una realidad renuente sino al enemigo en casa.
Pero, junto con las taras vienen las ventajas.
La autoridad de una comisión investigadora del Congreso para requerir y ordenar que se le hagan llegar datos que suelen permanecer secretos en otras investigaciones, le proporciona medios extraordinarios de acceso a la evidencia. De hecho, la riqueza de muchas comisiones investigadoras no han sido sus conclusiones sino la materia prima, los hechos que consiguieron y que aún esperan el análisis inteligente que les permita marcar el camino de conclusiones irrefutables.
¿Han logrado las comisiones investigadoras resultados concluyentes?
En los 80 del siglo pasado, las comisiones más importantes fueron las que investigaron algunas de las atrocidades perpetradas durante la guerra interna.
Fueron ejemplos de investigaciones polarizadas, donde las fuerzas partidarias en pugna chocaron en el juego complejo de una doble correlación de fuerzas: la de mayoría contra minoría y la de evidencia contra el encubrimiento.
Luego, las investigaciones sobre corrupción contra Alan García durante su primer período estuvieron lastradas por el intenso intercambio de vituperios, la apasionada polarización y también la poca solvencia investigativa. Cuando esto último empezó a mejorar, se perpetró el golpe de estado de abril de 1992 y abortó toda investigación legítima.
En medio de esos defectos emergieron, sin embargo, hallazgos que están a la espera de mayor indagación y de un procesamiento solvente para presentar conclusiones que resultarían hoy esclarecedoras.
Creo que en el futuro, una vez que sus aciertos y falencias investigativas hayan quedado, ojalá, claros, la Megacomisión será recordada como el primer esfuerzo importante, abarcador para investigar la corrupción en el siglo XXI.
Su sola existencia testimonia el fracaso del sistema anticorrupción que siguió a la caída del régimen de Montesinos y Fujimori, cuyas esperanzas y logros entre el dos mil y el 2001 empezaron a sufrir erosión y deterioro constantes desde entonces hasta el 2006. A partir de ese año la lucha anticorrupción cesó, para todo propósito práctico, de existir.

Los hechos que investiga la Megacomisión se arrancan desde entonces. Así, su ámbito investigativo comprende las fechorías que sucedieron a un fracaso: el del Estado peruano en castigar las megacutras mejor documentadas de la Historia y permitir, al fallar, que surja una promoción de cleptócratas reencauchados♦

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