La paradoja de Clague
Por: Richard Webb
Creíamos saber lo esencial de la ciencia económica, desde hace siglos. Por eso sorprende que, en poco tiempo, y casi sin percatarnos, se haya producido un cambio paradigmático en cuanto a la teoría de la producción. Antes, la explicábamos abriendo el capot de la unidad productiva –chacra, mina o fábrica– donde se combinan trabajadores y capital físico para producir. La productividad, decíamos, aumentaba cuando la inversión daba más capital físico a cada trabajador, y cuando el avance tecnológico mejoraba la eficiencia de sus herramientas y maquinarias. El desarrollo dependía, entonces, de lo que ocurriera en el interior de los centros de producción.
Con esa idea, hace medio siglo llegó al Perú para estudiar la productividad el joven economista Christopher Clague. Comparó fábricas peruanas con norteamericanas seleccionadas por tener la misma escala y contar con los mismos equipos, y constató que la productividad norteamericana era muy superior a la peruana. Además, la calidad del obrero peruano era igual o mejor que la del obrero gringo, según los propios gerentes. Al final, Clague tuvo que concluir que la desventaja peruana no se explicaba por factores al interior de las fábricas, sino a causas externas a ella, aunque no logró identificarlas.
Años después surgió una nueva teoría de la producción, según la cual lo importante era el factor humano y no tanto el capital físico, pero esta tampoco solucionaba la paradoja planteada por Clague porque el capital humano, también operaba, como el físico, adentro del local productivo.
Pasaría un cuarto de siglo hasta que surgiera un nuevo paradigma que permitiera explicar la paradoja de Clague. Se trataría de una teoría de la producción basada no en la cuantía y modernidad del interior de la planta productiva, sino en el entorno de esas unidades. Los pioneros de esa teoría, incluyendo a nuestros recientes visitantes Paul Krugman y Michael Porter, pusieron la atención en las denominadas “economías externas”, la cercanía geográfica entre productores, la comunicación entre ellos y el entorno institucional. La cercanía, por ejemplo, favorece el plagio de ideas y conocimientos que impulsa a la actividad dinámica. Tan importante como comprar maquinarias modernas era asegurar un sistema judicial honesto y expedito, infraestructura adecuada, seguridad en las calles, estabilidad de precios, reguladores sabios, y apoyo para el avance tecnológico.
Hoy hablamos menos de productividad y más de competitividad y la diferencia es que la primera mira al interior de las unidades de producción, y la segunda al entorno. Los índices de competitividad publicados anualmente por el Foro Económico Mundial de Davos se basan casi exclusivamente en variables de entorno. También hemos reevaluado la importancia de los servicios de logística: el valor agregado no viene solo de producir barato sino de un delivery eficiente.
Este nuevo paradigma se siente como en su casa en el Perú. No es que hayamos logrado la sociedad que exige una economía dinámica –aún hay déficit en casi todos sus elementos–, pero sí se ha difundido ampliamente una nueva cultura de negocios. Empresarios grandes y pequeños reclaman las mejoras de entorno que exige una economía de mercado dinámica, mejoras identificadas por el paradigma teórico de los señores Porter y Krugman. Hoy, la paradoja de Clague ya no es más paradoja, sino sentido común.
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