ORACIÓN
PATRIÓTICA
EN
EL DÍA DEL COMBATE DE ANGAMOS
8
de Octubre
Don
Miguel María Grau Seminario es capitán de navío cuando Chile declara la guerra
al Perú el 05 de abril de 1879. La declaratoria encuentra a nuestro país
desarmado y desprevenido. La Marina Peruana pasaba entonces por un período de
decadencia, culpa de nuestros gobernantes de aquel entonces. Cuando no se la
hostilizó, nuestra Marina fue tratada con indiferencia. Poco se comprende, incluso
hoy, que el
mar está profundamente ligado al destino del hombre peruano desde tiempos
ancestrales. La Escuadra Chilena aventajaba a la Peruana
en tonelaje, en número de naves y cañones, en espesor de blindaje, en calidad y
cantidad de transportes, en flota mercante, en la edad de las naves, en
modernidad de elementos. Sólo teníamos a nuestro favor la heroicidad de marinos
como Grau y de sus compañeros en la gloria como Elías Aguirre, Diego Ferré,
José Melitón Rodríguez y Enrique Palacios entre otros.
El
Gran Almirante del Perú y Peruano del Milenio, don Miguel Grau Seminario y su
legendario monitor Huáscar son uno solo. No se puede hablar de uno sin el otro.
Como bien afirma el historiador venezolano Jacinto López: “Mientras este solo buque peruano subsistiese; mientras el Huáscar
estuviera en el mar, mientras Grau estuviera en el Huáscar, Chile no
desembarcaría un solo soldado en territorio peruano…Este es un hecho sin
precedentes en la historia de las guerras navales del mundo entero. El Huáscar (con
Grau) prestó al Perú servicios incomparables. El sólo hizo la guerra naval. El
sólo protegió al Perú contra la invasión. El sólo hizo la obra de una
escuadra…Este es el milagro de la guerra naval en la guerra del Pacífico”.
Por
ello con justicia se dirá que mientras Chile tenía una poderosa escuadra sin almirante,
el Perú tenía un insigne almirante pero sin una escuadra, ya que Grau sólo contaba
con su querido Monitor para oponerse al ataque masivo de Chile. Sólo era
cuestión de tiempo para que finalmente el heroico comandante y su inmortal
Monitor cayeran presa del peso del hierro enemigo, lo cual ocurrió un día como
hoy, 08 de octubre de 1879, hace 134 años.
“Grau sirvió a su
Patria –dice
hidalgamente el historiador chileno Bulnes– con
valor, con destreza y con humanidad. Imprimía a sus acciones una nota
caballeresca. Jamás se encuentra bajo su pluma una injuria ni su buque ahondó
inútilmente los males de la guerra”. Antes de
de su inmolación en Punta Angamos, el Caballero de los Mares conoció
pasajeramente los peligros de los halagos y de las adulaciones, tan propio de
los peruanos, pero su innata humildad y modestia lo hicieron inmune a sus
embrujos y seducciones y por ello su respuesta siempre era: “Yo no soy sino un pobre marino que trata de
servir a su Patria…Todo lo que puedo ofrecer en retribución a estas
manifestaciones abrumadoras, es que si el Huáscar no regresa triunfalmente al
Callao, tampoco yo regresaré”.
Extraordinaria
lección para aquellos que confunden a la Patria con un “pedestal” cuando en
verdad es “ara”, es decir “altar” para el sacrificio y la entrega cotidiana.
Por
ello si los peruanos, y en especial nuestra clase dirigente, queremos hacer
Patria, debemos contemplar al Gran Almirante, porque como acertadamente expresó
don Raúl Porras Barrenechea en su “Elogio de Don Miguel Grau”: “Grau fue y será el símbolo del Perú, el
héroe peruano por excelencia, porque tuvo, entre sus virtudes cardinales
algunas que eran suyas, como brote milagroso del genio heroico –salud,
fortaleza, tenacidad, prudencia, robustez del cuerpo y del alma-, y otras que
eran la impronta de nuestro espíritu y nuestro sino y cristalizaron en su
mezcla de bravura y nobleza, en su humildad y ternura para el niño o para el
enemigo, en su incapacidad para la violencia destructora y la saña vandálica, y
sobre todo, en su peruanísima lección de vencer sin odio y de perder con
honra”.
Nuestro
insigne Almirante fue un ferviente católico. No dejaba su misa dominical en
unión con su familia. Antes de salir a campaña fue humilde al Convento
Franciscano de los Descalzos en el Rímac a inclinarse ante un ministro del
altar para confesarse y recibir la santa comunión, y así se llevó al combate su
alma pura y su conciencia tranquila. Entre sus devociones predilectas estaba la
dedicada a Santa Rosa de Lima. Un cuadro de nuestra Santa peruana, regalado por
su entrañable amigo Monseñor José Antonio Roca y Bologna, fue pintado
especialmente para él y fue colocado en el Huáscar. Al final del Combate de
Angamos se la encontró con manchas de sangre y perforaciones de bala de
ametralladora.
Sin
lugar a dudas fue en su fe cristiana y católica donde nuestro insigne marino
asentó el edificio de su impresionante personalidad, su particular heroísmo y
la fecundidad de su ejemplar entrega al Perú que lo hicieron con justicia
merecedor del título del “Peruano del Milenio”. Hasta en eso Grau es lección y
enseñanza, que es en nuestra fe cristiana, la cual está en el sustrato de
nuestra peruanidad dándole calor, cohesión y unidad, donde encontraremos las
fuerzas espirituales y morales para construir el Perú grande, libre, solidario
y reconciliado con el cual soñamos y que tenemos el deber de forjar con la ayuda
del Señor y el ejemplo de nuestros santos y héroes.
Cada
08 de octubre sube silenciosamente al tope de nuestro corazón, como nuestra
bandera roja y blanca en su mástil, nuestra emoción patriótica, en el
reconocimiento del heroísmo de Grau y en la gratitud a nuestra Marina de Guerra
del Perú, quien un 8 de octubre de 1821, hace 192 años, fuera creada para la
sagrada misión patrullar y resguardar el mar de nuestra Patria, el “Mar de
Grau”.
Sobre
la inmolación de Grau, González Prada dirá con ese vigor lapidario tan propio
de su estilo y expresión: “Necesitábamos
el sacrificio de los buenos, para borrar el oprobio de los malos. En la guerra
con Chile, no sólo derramamos sangre, exhibimos la lepra…Por ello antes de
recordar acciones y ensalzar nombres, convendría pensar, en estos momentos, por
que caímos al abismo, cuando podíamos estar de pie sobre la cumbre”.
Hoy
estamos congregados bajo la egregia figura del Gran Almirante en esta Plaza de
Piura dedicada en su honor, a Él que es
el “más heroico y abnegado defensor del Perú”.
Pero
de nada nos servirá este homenaje si bajo la atenta mirada del Caballero de los
Mares no renovamos nuestro compromiso con el Perú y con su querida Piura. El
espíritu de Grau nos está diciendo hoy: Luchen contra sus defectos de carácter
y con las taras que desgraciadamente forman parte de nuestra idiosincrasia,
como son entre otras, la adulación, el pesimismo, la envidia, la división, la
violencia, la corrupción, la falta de compromiso, la improvisación, la queja, el
pedido fácil, el socavar las buenas iniciativas de los otros. Potencien más
bien nuestra profunda fe cristiana, la gran capacidad de acogida y de ser solidarios,
el hondo sentido de comunidad, la honestidad, la unidad, el servicio, el
trabajo esforzado por el bien común, la justicia social, la verdad, el amor por
la Patria, y la capacidad de sacrificio y
renuncia por el Perú.
Para
concluir hago mías las palabras de Monseñor José Antonio Roca y Bologna en su
célebre Oración Fúnebre pronunciada en la Santa Iglesia Catedral de Lima al
oficiarse las exequias fúnebres en honor de los mártires del “Huáscar”: “¡Míralos Patria mía! Míralos en lo alto,
heridos y muertos por hacerte grande. Admira la grandeza de sus almas, y
agradece eternamente el sacrificio de sus vidas…Víctimas generosas,
sacrificadas en el Huáscar. Vuestra inmolación heroica es una lección elocuente
que el Perú no olvidará jamás”.
San
Miguel de Piura, 08 de octubre de 2013
X JOSÉ ANTONIO EGUREN ANSELMI, S.C.V.
Arzobispo
Metropolitano de Piura
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