miércoles, 31 de julio de 2013

FUE UN MENSAJE SIN SORPRESAS

Los excluidos y
el mensaje

Por: Roberto Abusada 
El presidente cumplió con lo que ofreció: un mensaje sin sorpresas y le agregó el atributo de la brevedad, algo que hizo menos tediosa la mañana de ayer.
Pero si bien el tema de la exclusión fue recurrente en el mensaje, el presidente perdió la oportunidad de indicarnos rumbo y destino final.
No dijo cómo y en qué proporción su gobierno disminuirá la pobreza. Escogió la clasificación de un sinfín de programas desarticulados de apoyo a los pobres, usando como criterio la edad del receptor de la ayuda estatal, desde la cuna hasta la tumba.
Queda la sensación, en contraposición a su prédica sobre la exclusión, que una gran masa poblacional se irá pasando de un programa a otro, a lo largo de su vida, sin posibilidad de pasar de una situación de pobladores excluidos a una de verdaderos ciudadanos.
Su propuesta de empadronar a todos los receptores de la ayuda de programas sociales suena más a la creación de un RUE (registro único de excluidos) clientelista que a un esfuerzo dirigido a que cada programa establezca, con ayuda de la comunidad, un mecanismo de focalización para evitar filtraciones y subcobertura. En todo caso, una medida más transparente sería la de fortalecer el SISFOH (Sistema de Focalización de Hogares) con la participación de entidades independientes nacionales y multilaterales para ponerlas al servicio de cada programa social.
Ofrecer consejos de ministros descentralizados no es la solución. Es cada ministro quien tiene que estar relacionándose con las autoridades locales permanentemente, para tender puentes de coordinación que mitiguen el daño inmenso que una descentralización hecha a tontas y a locas ha infligido a la nación.
En cuanto a los programas, nadie puede negar, por ejemplo, el enorme valor de asegurar el acceso universal a la nutrición materno-infantil: el Estado no debería escatimar esfuerzo alguno en asegurar que todo peruano al nacer tenga disponibles los micronutrientes, vacunas y demás cuidados que eviten que se convierta en un permanente excluido por razones biológicas.
Pero falla el esquema presidencial al no enfatizar que su principal programa antipobreza es la protección del crecimiento económico y la asistencia productiva a los más pobres. Como nos ha explicado con informada claridad el Dr. Richard Webb, los habitantes de las regiones rurales más pobres son plenamente capaces de salir de la pobreza y encender un espectacular despegue rural apenas se integran al mercado mediante caminos, electrificación, telecomunicaciones y los servicios privados y públicos que emergen en cada pequeño pueblo.
La evidencia a favor del crecimiento económico como principal arma en contra de la pobreza es abrumadora. La tenemos en el Perú frente a nuestros ojos y la experiencia internacional lo demuestra ampliamente. Si hace cien o doscientos años era la clase social aquello que determinaba si un individuo era rico o pobre, hoy es su nacionalidad. Un campesino, artesano o cobrador de autobús tendrá holgura económica o será pobre dependiendo en qué país viva. No nos engañemos creyendo, como dice el presidente en su discurso, que … “no hay que crecer para incluir, sino incluir para crecer”. Si nuestro crecimiento se desacelera, que no quepa duda de que el proceso de rápida reducción de la pobreza y expansión de la clase media se frenará de golpe.
Habría tenido razón el presidente en decir que para que el Perú deje de ser un país de ingresos medios y se convierta en plenamente desarrollado, debe tener educación y salud de calidad, además de centros de excelencia técnica y científica, pero sospecho que se refería a que nuestra población debe pasar por el ejercicio brasileño de depender del Estado, donde nadie se gradúa de sus programas de apoyo social. Pensemos qué ocurrirá con los 40 millones de brasileños receptores de ayuda estatal ahora que el crecimiento de su país se terminó, según muchos, por largo tiempo.
Hizo bien el presidente en enfatizar los obstáculos a la inversión y el crecimiento al poner en el tapete, y admitir también veladamente, que la descentralización tal como está no funciona y debe reformarse. Igualmente hizo bien en admitir, aunque tangencialmente, que será el sector privado quien debe reencender el crecimiento al hablar por primera vez de concesiones, cofinanciamiento y medidas para desburocratizar la inversión privada, o de leyes para mejorar la labor de la contraloría.
No se incluye para después crecer. El crecimiento y la inclusión suceden de manera simultánea si el Estado cumple con sus tareas esenciales. 

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