Los laicos en la iglesia y en el mundo
Por primera vez en la historia, un Concilio, el Vaticano II consagró un capítulo particular a los laicos o seglares. Nos referimos al capítulo cuarto de la Constitución Lumen Gentium (Luz de los pueblos). Es una de las más preciosas contribuciones que nos ha traído el último Concilio, la revalorización del seglar, que en estos últimos tiempos ha empezado a surgir. Nunca antes ha tenido más sentido la frase tan conocida: «es la hora de los laicos». En estos tiempos en que el mundo se descristianiza, los seglares están llamados a luchar y trabajar por la Iglesia. Ellos han de ser el fermento de esta sociedad que vive de espaldas a Dios. En palabras del Concilio: «Lo que el alma es en el cuerpo, esto han de ser los cristianos en el mundo» (LG 38).
La Iglesia recuerda a los seglares que la acción apostólica es también incumbencia suya y ésta es la hora en que a ellos compete principalmente, atendiendo a las señales de los tiempos, poner sentido y signo cristiano en todas las cosas de nuestro tiempo con el testimonio de su vida y con su intervención sobre todo en la cosa misma temporal, lo mismo en lo familiar que en lo social, en lo económico que en lo político, en lo artístico que en lo cultural. Por eso los seglares están llamados a una acción apostólica de tipo laical, pero auténticamente eclesial.
Los seglares son miembros del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, luego se ha de esperar de ellos que cooperen al desarrollo interno y externo del todo el Cuerpo. Unos miembros que no colaborasen negarían de hecho su calidad de miembros. Se aislarían e ignorarían la comunidad.
Estos son los aspectos más sobresalientes del Concilio Vaticano II «sobre los seglares». Primero, el seglar también es Iglesia, más aun, es la porción más numerosa de la Iglesia. Y segundo, el seglar es parte viva y activa — no meramente pasiva— del Cuerpo Místico. Tiene su vida sobrenatural, tiene sus carismas específicos. Por eso la Constitución establece este principio: «La misión salvífica de la Iglesia, no gravita en exclusiva sobre la Jerarquía».
Los laicos son «raza elegida, sacerdocio santo», llamado también a ser «sal de la tierra y luz del mundo». Su específica vocación y misión consiste en manifestar el Evangelio en sus vidas y, por tanto, en introducir el Evangelio, como una levadura, en la realidad del mundo en que viven y trabajan. Las grandes fuerzas que configuran el mundo (política, mass-media, ciencia, tecnología, cultura, educación, industria…) constituyen precisamente las áreas en las que los seglares son especialmente competentes para ejercer su misión. Si estas fuerzas están conducidas por personas que son verdaderos discípulos de Cristo, y al mismo tiempo plenamente competentes en el conocimiento y la ciencia seculares, entonces el mundo será ciertamente transformado desde dentro mediante el poder redentor de Cristo.
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña: «Como todos los fieles, los laicos están encargados por Dios del apostolado en virtud del Bautismo y de la Confirmación y por eso tienen la obligación y gozan del derecho, individualmente o agrupados en asociaciones, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres y en toda la tierra; esta obligación es tanto más apremiante cuando sólo por medio de ellos los demás hombres pueden oír el Evangelio y conocer a Cristo. En las comunidades eclesiales, su acción es tan necesaria que, sin ella, el apostolado de los pastores no puede obtener en la mayoría de las veces su plena eficacia» (n. 900).
De donde podemos sacar con el mismo Concilio esta conclusión: «De tal manera han de apacentar los pastores a los fieles, y con tanta fidelidad han de reconocer los carismas de ellos, que todos a una cooperen a la empresa común» (LG 30).
La nueva evangelización está confiada de modo especial, a los laicos y necesita de un laicado adulto, responsable y bien formado. Hay que alcanzar y transformar con la fuerza de la Palabra de Dios, los criterios de juicio, los valores determinados, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, los modelos de vida de la humanidad conforme al Evangelio.
+ Ángel Rubio Castro
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