miércoles, 18 de septiembre de 2013

LA PROSPERIDAD FALAZ

El espejismo de progreso
Por Nicolás Lynch

Retomando la frase de Jorge Basadre (1968) “la prosperidad falaz”, dicha para otra época, aunque en el Perú las cosas dan vuelta pero parece que nunca cambian, afrontamos el que es quizás el obstáculo más poderoso para cualquier cambio profundo: el actual espejismo de progreso.

Efectivamente, el país ha producido en las últimas dos décadas una cantidad de riqueza sin parangón en nuestra historia. El PBI ha crecido entre el 2001 y el 2012 en la cifra récord del 6%; y este mismo PBI se ha multiplicado por cuatro en el período que va de 1994 al 2012 y por dos entre el 2001 y el 2012 (Banco Central de Reserva 2012). Pero al mismo tiempo esta riqueza está repartida de manera absolutamente desigual. De acuerdo con el informe del PAPEP-PNUD (2012) el ingreso del 20% de la población más rica es 18.5 veces mayor que el ingreso del 20% más pobre. Esto se va a reflejar en que solo dos de cada diez soles del PBI señalado, entre el 2001 y el 2009 se pagan en remuneraciones a los trabajadores, mientras que más de seis se van a utilidades de los empresarios.

Esta desigualdad en el reparto de la riqueza también se va a reflejar en el tipo de trabajo producido. En el modelo económico primario exportador, al que se regresa plenamente luego del ajuste neoliberal de 1990, solo un 10.2% de la población tiene trabajo decente, con derechos, para el año 2010 (Gamero 2012), aproximadamente un millón y medio de peruanos, de una PEA de más de 15 millones en un país de casi 30 millones de habitantes. Un resultado pobrísimo frente a la magnitud de la riqueza producida. Bernardo Kliesberg  frente a otras opiniones que hablan del PBI o del PBI per cápita, señala que el trabajo decente es la cifra macroeconómica más importante porque al generar derechos construye ciudadanía y por lo tanto sociedad. La inmensa riqueza producida, por el tipo de modelo que la ha generado, no ha producido sociedad, integración entre peruanos y finalmente desarrollo para la mayoría.

Algo similar ocurre con la pobreza, quizás si una de las consecuencias más importantes de la desigualdad. El INEI  (Herrera 2003, INEI 2012) señala una reducción dramática de la pobreza, medida como pobreza monetaria,  en los últimos diez años entre el 2001 y el 2011, que iría del 54.7% al 27.8%, una reducción del 27%,  ¡un verdadero record mundial! , que estaría en relación con la magnitud de la riqueza creada. Sin embargo, la propia medición de pobreza del INEI, sobre todo a partir de los resultados que se anuncian para el 2007 en adelante, ha sido objeto de un debate nacional que cuestiona la medición de la misma por parte de esa institución. Esto ha dado lugar a nuevos estudios que incorporan otros criterios, como es el realizado por Enrique Vásquez (2012), que propone una nueva medida de pobreza multidimensional, a partir de medir el acceso a educación, salud y vivienda. Esto le da a Vásquez un índice de pobreza de 39.9% para el año 2011, 12 puntos mayor al obtenido por el INEI. A la luz de la observación del descontento existente en el Perú y de otros índices, como los relativos a desigualdad y trabajo decente, podemos considerar ésta última medida como más realista.

Ahora bien, este formidable crecimiento que continúa produciendo desigualdad y avanza pero todavía dista de terminar con la pobreza, se ha producido por el tipo de modelo económico en funciones, comúnmente llamado primario exportador, en nuestro caso de minerales.  Se habla de reprimarización porque a partir del ajuste de 1990 se vuelve radicalmente a una economía basada en nuestras ventajas comparativas estáticas, es decir a lo que podemos producir “naturalmente”, como es la extracción de minerales, para insertarnos en la división internacional del trabajo, sin tomar en cuenta lo que podríamos inducir con políticas económicas adecuadas, agregándole valor a las materias primas, en un esquema de ventajas comparativas dinámicas, como lo han realizado, por ejemplo, los países del Asia. Jürgen Schuldt  (2013) en un trabajo reciente muestra cómo el sector “minería e hidrocarburos”, que es abrumadoramente minería, lidera este tipo de crecimiento con la segunda mayor contribución al PBI del 17.4%, la mayor productividad entre los sectores económicos, el mayor excedente, básicamente utilidades empresariales, con el 54% de las mismas, así como el liderazgo también en las exportaciones con el 63.8%.  No así en lo que a creación de empleo se refiere, que como porcentaje de la Población Económicamente Activa Ocupada (PEAO) se queda en el 1.5%.

Por último, Félix Jiménez (2013) nos señala la naturaleza de la inversión extranjera directa en el Perú, tomada por los neoliberales como el otro gran indicador de progreso económico. Jiménez señala que entre los años 2003 y 2012entraron al país 56,751 millones de dólares pero salieron 74,078, por concepto de repatriación de utilidades, con lo que el balance negativo fue de 17,326 millones en contra del país. Asimismo, que la tasa anual de rentabilidad promedio de esta inversión fue de 25%, 10 puntos por encima de Chile y 20 por encima de México, los socios neoliberales de la Alianza del Pacífico. El capital extranjero entonces no solo lleva más de lo que trae sino que además genera pingües ganancias. ¿Alguien dijo que había que basar nuestro desarrollo en la inversión extranjera? ¿El desarrollo de quién? Esto es lo que habría que preguntar.

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