Soplones y seguridad; gracias, Snowden
JESÚS A. NÚÑEZ VILLAVERDE
Tanto si pasa a la historia como traidor, héroe o soplón —y al margen de sus motivaciones personales— Edward Snowden ha prestado un servicio muy valioso con su decisión de arrojar algo de luz sobre los recovecos de un intrusivo sistema gubernamental capaz de captar, registrar y, sobre todo, tratar ingentes volúmenes de información privada. En nombre de la sacrosanta seguridad, a la que todo se ha subordinado aún más desde el aciago 11-S, sabemos ahora que sistemas como el estadounidense Prisma llevan tiempo hurgando diariamente en nuestra (la de todos) más celosa intimidad a la búsqueda de datos que supuestamente nos blindan frente a las amenazas. Gracias a él sabemos también que los periodistas (sirvan los de la agencia AP como ejemplo) son objetivo prioritario de ese afán husmeador, sin detenerse en considerar el peligro que eso supone para la salud democrática. No menor es el descubrimiento de que nueve servidores de Internet han aceptado la intromisión securitaria de la Foreign Intelligence Survelillance Court en sus sistemas —¿puede sorprender eso tras conocerse que quien fue hasta 2010 responsable de la seguridad privada de datos de los usuarios de Facebook trabaja ahora para la NSA?—. En paralelo nos enteramos de que los británicos han espiado a sus propios aliados en el marco de las reuniones del G-20 y que imitan a su hermano mayor, fisgoneando en toda la información pública y privada que se transmite a través de la fibra óptica que toca su territorio.
Lo que parece la simple punta de un iceberg del que seguimos desconociéndolo prácticamente todo —apenas cabe reseñar la existencia de la red Echelon, ya desde la guerra fría, y del reciente software Riot (de Raytheon), junto a las noticias sobre el creciente activismo chino y ruso en la materia— es suficiente para entender que, como tantas veces en el pasado, se ha perdido el rumbo de algo que en su origen puede resultar justificable. La seguridad es un valor altamente deseado y a ella subordinamos diariamente otros valores. Conscientes de los riesgos que plantea caminar sin resbalones por la delicada senda de la seguridad libertad, los Estados de derecho nos hemos dotado de mecanismos de control que pretenden evitar el abuso sobre la ciudadanía. Sin embargo, es evidente que ese resbalón se ha producido hace tiempo (Guantánamo y los vuelos de la CIA son solo muestras), con numerosos Gobiernos dejándose llevar a favor de corriente. Parece haberse olvidado que los sistemas de seguridad deben servir a la libertad, en lugar de servirse de ella.
Aunque nunca lo admita públicamente, quien más agradecido tiene que estar a Snowden es el presidente estadounidense, Barack Obama. Ha sido inteligente al dar la bienvenida al debate que ha generado la filtración de Snowden, pero eso no oculta que no estaba en su agenda replantearse la existencia de unos sistemas que, por puro pragmatismo, considera útiles. También debemos estarlo los ciudadanos celosos de nuestra libertad e intimidad porque, aunque la tendencia hacia el Gran Hermano ya es imparable, al menos podemos momentáneamente imaginarnos que en algo hemos retrasado su avance.
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