domingo, 30 de junio de 2013

CORRIGIENDO FORMAS DE VIDA Y NORMAS


Brasil, barbas en remojo

POR: Juan de la Puente

El eje de la política en A. Latina ha cambiado sorpresivamente por la emergencia del movimiento reformista brasileño. La región miraba con embeleso su auge económico que lleva una década y sostenía una discusión trepidante sobre los estándares democráticos en un grupo de países, y si tenía alguna prevención esta era la desaceleración del crecimiento y las sombras que echan en esta parte del mundo la crisis internacional.
El institucionalismo, nuevo o clásico, vivía su mejor momento; había logrado persuadir de que lo crucial de los cambios residía en los aspectos formales de las instituciones, es decir, las constituciones, el sistema de partidos y las reglas de acceso al sistema político, reduciendo el foco de atención sobre la ciudadanía social y económica y la cultura política. En este esquema Brasil había hecho la tarea, con la Asamblea Nacional Constituyente de 1988, el plebiscito de 1993 y decenas de reformas constitucionales y leyes reglamentarias del sistema político que tuvieron relativo éxito en moderar una excesiva apertura del sistema. En los años ochenta, Brasil tuvo 13 partidos representados en el Parlamento, luego pasaron a 20 y con la nueva ley de partidos de 1995 quedaron en 9.
Lo acontecido en las calles brasileñas expone el límite de un modelo que apuesta por la reforma de las instituciones sin correlato con la sociedad y específicamente con los ciudadanos y el mercado. En la explicación de lo sucedido, un sector de analistas ha simplificado las causas apuntando al asistencialismo y a la corrupción. No obstante, si se nombra como asistencialismo las políticas sociales exitosas de los últimos años, estaríamos ante un grave error de percepción. Las calles se han poblados de ciudadanos que ciertamente recusan la corrupción, que no rechazan las políticas sociales ni el activismo del Estado en la reducción de la pobreza pero que sí cuestionan al Estado en otros ámbitos.
El malestar brasileño tampoco puede reducirse a las clases medias. Al contrario, es creciente la percepción de que se trata de un movimiento más social que político que pugna por profundizar la democracia y el bienestar, transversalmente. En la mayoría de las ciudades, el costo de un pasaje promedio tiene un valor de 4,5 soles peruanos y puede llegar a constituir el 30% de los salarios más deprimidos. El Movimiento Pase Libre (MPL) también demanda reformas en la educación, salud y vivienda y respalda a otros grupos ciudadanos que el mundo oficial mira de reojo, como Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST) y Periferia Activa, que exige mayor inversión en infraestructura.
Este fenómeno que exige un mejor Estado Social cuestiona que los gastos para la organización del Mundial de Futbol 2014 superen los 13 mil millones de dólares con notas graves de despilfarro. Protesta contra el costo de vida ante una inflación que si bien se situó en los últimos años entre el 5% y 7%, moderado para la región, ha elevado la canasta familiar en 22% en los últimos 12 meses a pesar de que el salario se incrementó solo el 9%. En Sao Paulo, cuna de las protestas, entre el 2000 y 2013, el índice de precios al consumidor subió 135% y el aumento de los pasajes fue del 200%.
Por donde se le mire, las demandas en Brasil llevan el sello de reclamo contra la injusticia. Claramente, es un movimiento de la calle por la reforma democrática y social y solo se saldará desde ella. La calle ha sido allí un elemento decisivo de las reformas; fue en ellas donde se inició en 1984 la demanda para elecciones directas (“Diretas Já”) para que no sea el Congreso sino los ciudadanos lo que eligieran al Presidente de la República, lo que ocurrió en 1989, y desde donde en 1992 (los “cara pintada”) se forzó la dimisión de Fernando Collor de Melo por corrupción.
Sin ilusiones, salvo aspectos muy puntuales, las razones de la protesta brasileña tienen más similitudes con lo que ocurre en el Perú, de modo que suena forzada la afirmación de que lo que está explotando allí es un “otro” modelo. Más vale poner las barbas en remojo.

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