lunes, 3 de junio de 2013

NO SOY BRUTO, SOY INCULTO

No soy vruto, soy inculto

No soy vruto, soy inculto

“¿Incumbe? ¡Incumbe será tu madre!” (sic). La frase no se entiende si no se conoce el contexto y el anecdotario familiar de este servidor. La escena es como sigue: Dos señoras sesentonas que alquilaban mini departamentos en un ala de la centenaria casona de madera de mi bisabuela discutiendo frente a la puerta principal. De pronto, una de las honorables damas le dice a la otra ante una pregunta chismosa de ésta, “a ti no te incumbe”. Indignada la interlocutora, ante tamaña supuesta grosería, decide hacer respetar su honor y le espeta la memorable respuesta.
La anécdota me la contó mi abuela, una antigua y rolliza dama de sociedad (eso creo) mollendina, que tiene en su cocina, pegada con Kolynos, una foto de un jovencísimo Alan García, de tamaño A4, junto a otra de la Madre Teresa de Calcuta, del mismo formato y con el mismo versátil pegamento, que además sirve para secar los más purulentos granos, y de yapa, lavarse los dientes. Del extraño y fanatizado aprismo de mi abuela, y de la compungida cara de la monja en la foto vecina no hablaré ahora, merece otro post; sino de aquella frase que me solía repetir mi madre: “La ignorancia es atrevida”, que no tengo claro a quién pertenece, y mi mamá sospecha que es bíblica, pues seguramente se la han comentado en sus grupos de lectura de la Biblia. No sabría decir cuál, pues ella, como buena creyente, y porsiacaso, no vaya a ser que le esté rezando al equivocado, va a tres: evangélicos, católicos y cristianos. En fin, da lo mismo, siempre se trata del mismo crucificado.
Ahora bien, es curioso que esa cita me la recuerde mi madre, pues ella, en su infinita religiosidad, cree que “filántropo” es el que colecciona estampillas y que “filatélico” es el que hace obras de caridad. Además, por si poco fuere, considera que la obesidad es un problema noruego o sueco, pues una de tantas, tratando de que tome conciencia de mi creciente gordura, me dijo que iba camino a la “obesidad nórdica”. Como dijo Santiago Nasar cuando lo apuñalaron los gemelos Vicario: ¡Ay mi madre! Debo confesar, sin embargo, que a veces me divierte jugar con los conocimientos culturales de ella. Alguna vez, en la sobremesa, luego de haber visto la noche anterior la película La otra Bolena (el libro no lo leí), le pregunté para hacerla pisar el palito: “A ver mamá, ¿de quién se divorció el rey Enrique VIII para casarse con Ana Bolena?”. Puso cara altiva, y luego de pensar un par de segundos, me dijo resuelta y con la mayor naturalidad del mundo: “Con la vida privada de los demás, yo no me meto”. Aunque veía Magaly con el mismo fervor con que lee la Biblia, reconozco que la victoria fue para ella. No me quedó más que reír y reconocer que al final, más sabe el Diablo por viejo (y pendejo) que por Diablo [Por cierto, ya que este texto trata de incultura y “cooltura”, yo escribo adrede Diablo con mayúscula y dios con minúscula. Valga la aclaración para las hordas de puristas y criticones que creen que Martha Hildebrandt es la cúspide de la cultura, cuando no es más que la arrogancia y la prepotencia con muchas lecturas y poca humanidad. Y hablo por la herida, pues la erudita ñorsa, años ha, me trató como una zapatilla de fulbito de Copa Perú en una entrevista que le hice en su casa. Mi dignidad intelectual aún no termina de recuperarse].
Pero volviendo a la rapidez mental de la respuesta de mi progenitora, mientras tecleo estas líneas me viene una anécdota del gran Pedro Pablo ‘Perico’ León, la cual no sé si sea cierta o sea leyenda urbana. El hecho es que conocido era que el aliancista no era muy docto que digamos, y alguien, por hacerlo caer, en el Mundial de México 70, según cuentan, le preguntó qué significan las siglas CCCP que llevaban impresas los soviéticos en sus camisetas. El moreno, más inculto que su malévolo inquiridor, pero sin duda más astuto que éste, le contestó a boca de jarro: “Cucurrucucú paloma”, con lo no solo salvó su honor intelectual, sino que demostró que también era gambeteador fuera de las canchas.
Como puede verse, inteligencia y cultura no necesariamente van casadas, sería un matrimonio lésbico, por cierto, prohibido en este país mientras Cipriani esté bajo la mitra. Hago este post precisamente porque algunos me han comentado que me las quiero pegar de culto con este blog. No, amables criticones, yo soy una persona sumamente inculta e ignorante, lo que sucede es que la media es aún más inculta que el suscrito. Mis referentes culturales son básicamente tres: El gran Homero Simpson, El Padrino (el libro y películas I, II y III), y el fútbol… y últimamente South Park y Padre de Familia (es más, como dan a la misma hora, hago zapping entre Marco Aurelio Denegri y South Park). Conociendo un poco de eso, tienes el ABC de todo lo que tienes que saber en la vida. Es en lo que baso la mayoría de mis reflexiones, la fuente primaria e inagotable de mi superfluo conocimiento. Reconozco que he querido saber más, he intentado cultivarme más, pero la chirimoya no me da para tanto. Por ejemplo, obnubilado por la erudición de César Hildebrandt (a éste consanguíneo de la otra aunque le pese a la doña, de cuando en vez sí lo leo), le escribí un correo a su asistente solicitando me recomiende algunas lecturas para conocer, como él, la Historia del Perú.  No sé si tendría vocación de profesor malo el veterano periodista o estaría, como parece ser su costumbre, de mal humor, pero me mandó por tarea, en apenas una línea, “leer todo Basadre, todo Arguedas y todo Valcárcel”. Como no especificó qué Valcárcel, y yo más que esa respuesta quería ser su amigo, que me invite a tomar un café y hablar de historia, me leí el libro Mi nombre es Gisela, de Gisela Valcárcel, y allí pare, sufi, mi cerebrito ya no podía procesar más información. Además, ya había leído con eso “todo Valcárcel”. No obstante, alguna curiosidad me dio y quise leer luego La señito, de Carlos Vidal, pero la canallada no está en mis gustos literarios, ni aunque me lo hubiera recomendando el propio don César. En todo caso, don César, agradezco la recomendación, estoy avanzando con la tarea.
homer-simpson
Así pues, tan ignorante soy que una vez sostuve una medianamente larga conversación con Hugo Neira, discípulo de Raúl Porras, compañero de Vargas Llosa, y un largo etc. en su currículum, en la que quedé como aspirante a concurso de belleza hablando de Confucio. La verdad es que el tipo, en ese entonces Director de la Biblioteca Nacional, vistiendo saco y zapatillas, con su largo pelo rebelde, parecía más un ex Rolling Stones que un Director de Biblioteca. Lo cierto es que me caía muy simpático, aún hoy. Tenía gratos recuerdos de la lectura de su libro Cuzco, tierra y muerte, que hice por recomendación de mi maestro El Búho, cuando quise aprender periodismo de manera autodidáctica. Como a los treinta minutos de conversación ya iba perdiendo como 20 a 0 con todos los libros que el hombre mencionaba y yo no había leído. Aunque con mucha educación, no como la lingüista citada que me ninguneó, Neira me estaba revolcando, pero con ánimos de enseñarme. Un poco harto ya, le dije: “Bueno señor, y en estos tiempos modernos, donde para los jóvenes es más importante saber de tecnología y destrezas prácticas, ¿qué de útil tiene leer el Quijote?”. El hombre que probablemente ha leído todos los libros que en el mundo han sido, me miró con odio traído de otros tiempos. En sus ojos vi el ademán de querer agarrarme por las solapas y gritarme a la cara ¡pequeño y vil cavernícola subnormal!, pero se contuvo. Muy paternal, contrariamente al bofetón que esperaba, me dijo: “Querido amigo, ese joven, en el discurrir de su vida profesional, como abogado, ingeniero o lo que sea, tendrá que enfrentar situaciones quijotescas”. Algo así me dijo, por allí debo tener el audio. La reflexión corta, sabia e inapelable, no merecía más dúplica por parte de este otrora infeliz aprendiz de periodista.
En fin, lo que quiero decir con todo esto, es que la cultura es una cosa, pero la inteligencia es otra. Hay gente que puede ser muy culta, pero son unas basuras de personas, y son los que más abundan. Sus estudios en Yale y en Stanford, y su colección de MBAs, no los hace mejores personas que otras. Claro, sumado a sus influyentes contactos tienen puestos gerenciales, eso sí. Y me da envidia, por supuesto, eso también; y ganas de retorcerles el pescuezo enjoyado no me faltan, cómo negarlo, pero así es la vida: la razón la tienen unos y las cosas las tienen otros. Y así seguirá siendo la vida. Por eso, francamente, es que no me atrae mucho seguir viviendo en mundo como éste. Mientras trato de escribir esto llevo fumados ocho cigarrillos y antes me había comido un cuarto de pollo en El Pollón (no se emocionen las españolas). Tomo un litro de café al día, otro de Coca Cola, y poco me falta para inyectarme mayonesa de frente a las arterias. Así que la vida no me quita el sueño. Claro que me da miedo morir, no soy Heraud, pero no me importa vivir en un mundo donde Ariel Bracamonte es escritor, Sussy Diaz es una actriz de culto (y la pendeja política en pleno), y Melcochita es un maestro de la comicidad, el Buster Keaton de nuestro tiempo. No se me malentienda, no tengo nada contra estos dignos señores. De hecho, suelo citar las dietas de Sussy en mis chistes; en una ocasión le pedí un autógrafo a Melocochita, y he leído un poco a… no, mentira, a Bracamonte no lo he leído, no he tenido tiempo. Tengo que terminar primero los libros de M. Hildebrandt para que no me vuelva a insultar. Sucede, simplemente, que es una cuestión de gustos. ¿Quién define finalmente qué es la cultura?, ¿quién es la autoridad para decidir lo que es culto o no? Tendríamos que entrar al debate en torno a la “Industria Cultural” acuñado por la Escuela de Frankfurt (Nota: esto no lo saco del google, conste), y lo que es la alta cultura. Y la verdad que no estoy para esos trotes, este blog lo hago gratis, y pensar –que a veces lo hago–, cuesta. Simplemente, las cojudeces que producen esos señores, no son de mi interés, y una vida, donde señorean como referentes de las artes y las letras tampoco me interesa. En consecuencia, hace muchos años me había jurado que si a la edad de Cristo no había arreglado mi vida, me pegaría un tiro. Debo escribir rápido, pues me falta exactamente una semana para cumplir los 34 y aún no publico un libro. 
Ciertamente, publicar era uno de mis sueños, pero ya no estoy tan seguro de ello. A veces veo mi biblioteca mitad pirata y me siento como el sabio catalán de Cien años de soledad, quien al irse de vuelta a Barcelona, ganado por la nostalgia, dejó sus amados libros y les dijo a sus amigos: “Allí les dejo esa mierda”. Tal vez existan en la vida cosas más importantes que los estudios y la cultura, y su variante “cooltura”, como, precisamente, la nostalgia. No sé ya si quisiera publicar, leer o estudiar porque me gusta o por el placer frívolo de sentirse un intelectual, de que te reconozcan, de que te inviten a cocteles y salir en las fotos sociales de las revistas. Pensándolo bien, al final del día, y al final de nuestras vidas, en última instancia, cuándo nos toque vestir la piyama de madera, ¿nos llevaremos algo de lo aprendido?, ¿nos servirá lo leído y lo culto que somos en el viaje al más allá?, ¿nos servirá también el dinero, más allá del pago a Caronte, el barquero?, ¿nos diferenciará en la muerta la cultura y la plata, como nos diferenció en la vida? Amigos míos, aquellos que me tildan de posero culturoso, y ustedes verdaderos intelectuales, en verdad les digo, que los gusanos se comerán sus eruditos cerebros. Si de alguna insospechada manera, en efecto nos tocara comparecer en el Juicio Final, recuerden que no los juzgarán por lo que han leído, ni por sus MBAs, ni por el grosor de su billetera, sino que habrán de responder por las cosas que hicieron y no hicieron, por las veces que supieron ser un hombres más allá de los libros y de los estudios. Lee si te hace feliz, mira a Melcochita si te gusta, anda a que Ariel Bracamonte te firme un libro si crees que eso es cultura, o anda escuchar la ópera del Metropolitan en loscines UKV para que te sientas, a tu manera, ciudadano culto del primer mundo; pero no me jodas con que eres mejor que yo porque tú sí eres un intelectual de verdad, porque tú sí has escrito libros, porque te edita Alfaguara, te venden en Amazon, tienes un postgrado en Yale o Mario Testino de invita a sus fiestas. Te lo pongo en términos de Lulú Flores: Métete tus libros al poto.
Adicionalmente, como demostró Lisa Simpson con un gráfico (eso sí es cultura, carajo): la felicidad es inversamente proporcional al conocimiento.

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